Ella ha de estar en casa
con el aire acondicionado a todo lo que da,
no sé si piense en mi,
se me ocurre que no,
que la distraen los mosquitos
y el calor y la hamaca que se mueve,
talvez le gusta más el café
o la poesía de Neruda,
talvez le gusta más mirar la lluvia
o la humedad de las calles
o los geranios en los corredores de las casas;
tampoco pienso mucho en ella
creo que extraño sólo sus labios
talvez su sonrisa y ciertas palabras,
ella puede pensar que le escribo
y esquiva la tele y piensa, quizá,
que algún día estaremos juntos;
mientras tanto, ella sigue sentada
con el aire acondicionado y los mosquitos.
Escritores consagrados, aportaciones literarias propias, Cuento y Poesía y muchos textos inclasificables.
lunes, 15 de diciembre de 2008
viernes, 12 de diciembre de 2008
Qué cursilería
Qué cursilería escribirle a ella a las once de la noche
y decirle que la otra mitad de la luna está en su corazón,
llenarla de historias románticas mientras el sueño avanza sobre uno.
Qué cursilería escribirle mientras viajo en un carro que se tambalea
y no permite dibujarle mariposas perfectas,
o llamarle muy de madrugada para decirle que soñé con ella
y extraño sus besos y el camino es difícil sin su compañía.
Qué cursilería es decir Amor
y hacer poseía de la basura y de los perros y de lo que odiamos.
Pero qué cursilería es terminar un texto con puntos suspensivos...
y decirle que la otra mitad de la luna está en su corazón,
llenarla de historias románticas mientras el sueño avanza sobre uno.
Qué cursilería escribirle mientras viajo en un carro que se tambalea
y no permite dibujarle mariposas perfectas,
o llamarle muy de madrugada para decirle que soñé con ella
y extraño sus besos y el camino es difícil sin su compañía.
Qué cursilería es decir Amor
y hacer poseía de la basura y de los perros y de lo que odiamos.
Pero qué cursilería es terminar un texto con puntos suspensivos...
sábado, 23 de agosto de 2008
Palabras para olvidar
El sabor del amor en tu piel
He hallado el sabor del amor en tu piel,
en tu cuerpo la imagen de un verso perfecto
y las notas de una tierna canción en tu olor de mujer
que convierte los cielos en mares de estrellas y besos.
Te miro en el café de una tarde con lluvia
y aún entre espinas de frío te siento,
tienes en tus ojos más luz que la luna
y las manos más suaves que el viento.
En mi loco andar por el mundo me acompañas
y veo tus huellas suspendidas en el tiempo,
entre líneas imaginarias te mando rosas y dalias
hasta acabar con la distancia,
con tantos kilómetros de silencio.
No me entretiene la radio ni los anuncios comerciales,
me gusta más pensarte y amarte cuando sueño,
hacerme invisible para tatuar poemas en el aire
y construir, con tu corazón y el mío, nuestro propio Universo.
Te olvidaré cuando no sepa nada más de mí,
cuando no queden más estrellas en el cielo,
mentiré a mi soledad que estás conmigo
y a la vida haré creer que soy eterno.
Estoy perdido en la realidad con un reloj en la mano,
el tic tac de mi corazón se hace más lento,
deambulo en un gran laberinto hecho de humanos
como alfil encasillado en un espacio sin tiempo.
Navego entre oleadas de sombras,
caigo al precipicio de la nada,
y cuando alcanzo tu luz, lejana,
hallo la paz que me reaviva el alma.
Mi intento por reanimar mi vida con palabras,
con las letras que haces crecer en mí,
es hoy la única manera de nombrarte
y describir la belleza que Dios hizo de ti.
Soy otro pasajero en el tren de la vida
y en alguna estación volveremos a vernos,
talvez nos digamos ADIOS o nos amemos
y hagamos, con tu corazón y el mío, nuestro propio universo.
He hallado el sabor del amor en tu piel,
en tu cuerpo la imagen de un verso perfecto
y las notas de una tierna canción en tu olor de mujer
que convierte los cielos en mares de estrellas y besos.
Te miro en el café de una tarde con lluvia
y aún entre espinas de frío te siento,
tienes en tus ojos más luz que la luna
y las manos más suaves que el viento.
En mi loco andar por el mundo me acompañas
y veo tus huellas suspendidas en el tiempo,
entre líneas imaginarias te mando rosas y dalias
hasta acabar con la distancia,
con tantos kilómetros de silencio.
No me entretiene la radio ni los anuncios comerciales,
me gusta más pensarte y amarte cuando sueño,
hacerme invisible para tatuar poemas en el aire
y construir, con tu corazón y el mío, nuestro propio Universo.
Te olvidaré cuando no sepa nada más de mí,
cuando no queden más estrellas en el cielo,
mentiré a mi soledad que estás conmigo
y a la vida haré creer que soy eterno.
Estoy perdido en la realidad con un reloj en la mano,
el tic tac de mi corazón se hace más lento,
deambulo en un gran laberinto hecho de humanos
como alfil encasillado en un espacio sin tiempo.
Navego entre oleadas de sombras,
caigo al precipicio de la nada,
y cuando alcanzo tu luz, lejana,
hallo la paz que me reaviva el alma.
Mi intento por reanimar mi vida con palabras,
con las letras que haces crecer en mí,
es hoy la única manera de nombrarte
y describir la belleza que Dios hizo de ti.
Soy otro pasajero en el tren de la vida
y en alguna estación volveremos a vernos,
talvez nos digamos ADIOS o nos amemos
y hagamos, con tu corazón y el mío, nuestro propio universo.
jueves, 10 de julio de 2008
Palabrando
En un encuentro caótico de todos los días, salen al frente mis palabras, como terribles camicaces que dicen más que uno y apenas si se alcanzan, en esa vuelta infinita y sobre natural que dan sobre la imaginación. Lo menos que puedo hacer es sorprenderme y guardar silencio, mientras mis manos tratan de explicarme algo. Las notas literarias de la realidad son una distorsión, pues el arte al fin y al cabo es una bella distorsión de la realidad. Siempre me pregunto si vale la pena escribir. Desde luego, uno nunca termina por describir sus sentimientos, sus sueños, sus afanes, las cosas que le afectan, lo que se mira, lo que se inventa, el tiempo con el que se juega, la muerte que ronda tras nuestros huesos. Es imposible. Sentir y decir o escribir mediante signos es una cosa difícil.
lunes, 7 de julio de 2008
Qué decir
Hay tanto qué decir, más allá del teclado donde amenaza la lluvia.
Dentro de mi, hace mcuho que llueve.
Mejor Borges o Dostoyevski, lo mío es apenas un murmullo de algo.
Dentro de mi, hace mcuho que llueve.
Mejor Borges o Dostoyevski, lo mío es apenas un murmullo de algo.
martes, 17 de junio de 2008
Recuerdo de mi desgracia
Trabajé duro desde temprano. Era sábado. No desayuné y terminé hasta las dos de la tarde. Guardé mi camisa sucia en el morral, también metí unas naranjas y unos chiles. Quería bañarme para refrescar mi cuerpo y disminuir un poco mi cansancio. Bajé hasta una cascada, cerca de ahí. A pesar de caminar durante muchos años por esas mismas veredas temía resbalar en las piedras lisas y la tierra repleta de musgos. Iba con mucho cuidado sosteniéndome a ratos en arbustos y ramas de plantas de café. A veces caía una piedra y me detenía a escuchar su descenso, sus golpes al chocar con otras más grandes. Sudaba. Miré por fin la columna blanca de agua cayendo de un peñasco. Aquello parecía una cueva de vapores eternos, de tierra negrísima, verdes intensos y sonidos confusos de pájaros. Tiré mi costal en el suelo y me senté a descansar y admirar la cascada. Siempre sufría las mismas sensaciones de sorpresa y alegría en tanto contemplaba asombrado el paisaje. Fue en esos instantes cuando percibí un fuerte sonido en mi oído izquierdo como el que se escucha en las conchas de los caracoles. Luego sentí a alguien acercarse. Sin permitir darme la vuelta, una mujer se colocó delante de mí. Era la Catalina, mi difunta vecina, había muerto en ese mismo lugar hacía un par de años por el mes de Mayo mientras se dirigía a acarrear agua. Yo mismo ayudé a sacar su cuerpo tieso del barranco.
—Buenas tardes, Ranulfo –Dijo
Yo, después de luchar desesperado con mi garganta para decir algo, contesté:
—Buenas.
Ella cargaba un cántaro en la cabeza y en uno de sus hombros llevaba una toalla bastante desgastada, su cara tenía un color pálido-verdoso, brillaban sus cabellos y su largo vestido impedía mirarle los pies. Solo me miraba clavándome sus ojos de gato. Tuve que hablarle para huir de su mirada.
—Usted de dónde es…
—Vivo lejísimos, pasaría toda su vida caminando para llegar ¿Quiere ir conmigo?
—No- respondí asustado, y proseguí- ¿Para qué?
—Talvez ya sea su hora- dijo despacio e insistió- ¿Quiere venir?
Iba a contestarle nuevamente pero desapareció de mi vista. Sentí otra vez el sonido como un montón de grillos cantando en mis oídos. Quedé inmóvil. Después de un gran esfuerzo por moverme pude mirar hacia atrás, no había nadie. Sentí frío y pensé que todo había sido un mal sueño. Se hizo un silencio profundo en todas partes. Vientos fuertes comenzaron a menear los árboles, el cielo fue tornándose gris y la lluvia apareció con sus primeras gotas gordas. Aún con el viento y la lluvia, yo seguía en aquel estado de ensimismamiento hasta que una bandada de cotorras buscando su nido me devolvió a la realidad. Creí ser el más cobarde de los hombres y desenvainé mi machete golpeándolo contra las piedras, desafiando a la muerte, invocando a Catalina para hacerla pedazos y regresarla a su tumba. Al levantar una de tantas veces el machete vi una gran luz partiendo el cielo, metiéndose como una serpiente sin carnes a través de mis manos.
De ahí, ya no supe nada. Me he enterado por señas y porque alguien lo ha escrito, que me encontraron tirado como a las once de la noche, seguía lloviendo a chorros y el cielo no dejaba de disparar sus latigazos luminosos; subieron mi cuerpo en un caballo y me trajeron, inconsciente. Todo por mi compadre Braulio, al visitarme como de costumbre para tomar juntos el café y platicar de las vivencias de antaño, halló a mi mujer llorando, preocupada, y corrió a avisar a los vecinos mi desgracia. Pensaron que moriría, pero logré vivir aunque ya no escucho ni el morder de mis tortillas. Antes gustaba mucho del silencio, pero también hostiga como cualquier dulce sabroso.
Estoy solo, mi mujercita se me adelantó. Con ella nada más con señas nos decíamos las cosas, no sabía leer. Me aguantó mucho, por eso Dios se la llevó a descansar más pronto. Viene a visitarme la mujer de Braulio, es muy buena, me regala comida y me lava la ropa. Le he dicho en mis ratos de tristeza, que me deje pudrir entre estas tablas que me sirven de paredes.
Ya es de madrugada, todavía está muy oscuro. Llueve. Yo solo imagino el tintineo de la lluvia sobre el tejado y el sonido del vaivén de mi butaca. Es tiempo de dormir, de soñar, deliciosa vida donde todavía escucho y en la que pronto viviré para siempre.
lunes, 9 de junio de 2008
Un cuento
Más que un cuento, este es una manera de acercarme a la estructura de este género literario.
Camino al sur
La noche hacía crecer la luz intermitente de un faro lejano, el muelle asemejaba un caminito de piedras de fuego y los barcos parecían quinqués en miniatura flotando sobre el océano. Era el puerto de Veracruz en los últimos días de Diciembre. A Leonidas se le había subido la tristeza hasta en la cara. Por la tarde contrató una pequeña canoa, se adentró un poco al mar y desde allí pudo mirar las parvadas de gaviotas jugueteando con las nubes en el cielo, las tortugas veteranas dando volteretas en el agua, el movimiento incesante de las olas, el reflejo del sol en las orillas de las playas, las líneas perfectas de los cocoteros, y lo que más lo entretuvo fue un grupo de peces cruzando el arrecife, como si de pronto, algún arcoiris fuera succionado por una boca de cielo. Todo eso lo hizo muy feliz, incluso estaba seguro de haber entendido el lenguaje de los delfines que estuvieron a punto de tirarle la canoa.
Cuando decidió salir del mar, ya era de noche. Y se encontró con familias enteras ocupando todavía las palapas sembradas en la arena y otras más que caminaban alegres por las calles. Desde que lo trajeron a Veracruz, cuando tenía siete años, nunca pudo dejar de extrañar los adornos de su casa a mediados de Diciembre.
Leonidas nació en el Sureste Mexicano, en algún lugar de Chiapas. Hijo único. Sus padres, Don José Valera y Doña Úrsula, eran dueños de una hacienda cafetalera, pero en los tiempos del presidente Cárdenas, sufrieron persecución y amenazas. Por eso decidieron escapar una madrugada de Septiembre. Más de cinco horas huyendo a caballo, entre el monte, hasta que encontraron el Puerto San Benito. Don José Valera sabía que si se embarcaban, terminarían su viaje en Guatemala o llegarían al Canal de Panamá. Decidió tomar el tren que iba a Veracruz para de allí salir a Europa. Desembarcaron en el Puerto, y unos días después, Don José Valera recibió una carta de otro hacendado quien le escribía que la tormenta había cesado y que podía regresar a rescatar algo de sus tierras, Doña Úrsula y el pequeño Leonidas se quedaron, Don José regresó a Chiapas. Leonidas perdió a su madre al año siguiente a causa de una pulmonía. Su padre mandaba dinero al principio, pero cuando supo de la muerte de su mujer, ya no envió ni cartas ni dinero. A sus ocho años, Leonidas comenzó a trabajar con una señora que vendía comidas. Aprendió a preparar un amplio menú de platillos de mariscos, desde las mojarras doradas en aceite de cacahuate, los caparazones de cangrejo rellenos de camarón, filete de ballenas azules, hasta los caracoles vivos inundados de limón y los tacos de cabeza de caballito de mar. Leonidas había adquirido fama por la extravagancia de sus recetas y pronto aquella pequeña fonda se convirtió en uno de los restaurantes más concurridos de la región.
Toda su juventud se la pasó Leonidas trabajando. Apenas si tuvo tiempo de enamorarse. A la mulata de raíces jamaiquinas que fue por un tiempo su novia, se la llevaron en un barco lleno de puros tripulante ingleses. Nunca supo más de ella. Tanto la quería, que estuvo a punto de viajar para trabajar como esclavo en las bananeras de las Antillas. Pero no lo dejó ni su inteligencia, ni los consejos de la dueña del restaurante a quien reconoció como su segunda madre. A sus veinticuatro años estaba convencido que el amor era un invento más de la poesía.
Ahora, a Leonidas lo inundaba una profunda tristeza, hacía tres días que había llevado a enterrar a su madre adoptiva, aquella buena mujer que le enseñó a ganarse la vida. Sus ojos melancólicos sólo miraban sucesivas imágenes históricas. La soledad, dentro de él, era comparable a un anochecer que poco a poco lo iba cubriendo con sus ondas oscuras. Momentos antes de declararse vencido por el sueño, alguien vino corriendo y se paró frente a él. Su amigo Eneas le trajo una carta. Su padre había muerto.
Si antes había comparado su tristeza con la oscuridad, en ese momento sintió como si la noche de un segundo cielo abrumara su alma.
No se detuvo a pensar en el olvido en que lo tuvo su padre. Corrió desesperado a su casa para juntar los ahorros guardados debajo del colchón, en el interior de los jarros, detrás de los retratos y unas monedas más que había enterrado bajo un árbol de tamarindos. El tren salía hasta la mañana siguiente. A Leonidas no le quedó más que esperar. Aprovechó para encargarle el restaurante a su amigo Eneas y cuando se quiso dormir, sintió que un llanto le apretujaba la garganta. Lloraba lágrimas de aire.
A las cuatro salió el primer tren, una ligera lluvia opacaba la mañana. Habría que recorrer las vías durante una semana para llegar al antiguo Puerto San Benito, pero Leonidas vivía hasta Zacualpa, así que tenía que sumarle otras cinco horas que se hacían los caballos a todo galope.
Leonidas no viajaba desde hacía más de veinte años cuando su padre, Don José Valera, lo trajo con su madre a Veracruz. A través de la ventana miraba sorprendido el movimiento de los árboles de primavera, el contraste de las flores con el verde espeso de la selva, los cauces de los ríos de aguas azules y la caída piramidal de las cascadas, los troncos podridos poblados de lianas, las vacas parchadas y los borregos brincando de un lado a otro por el campo.
Hacia el Sur, era el camino que reencontraba a Leonidas con su pasado, con la ola de recuerdos que a veces no lo dejaba dormir.
Cuando faltaba un día de recorrido para llegar a su destino final, el tren se detuvo. El piloto dijo que las vías estaban muy peligrosas y la máquina había sufrido algunos desperfectos y se bajó del tren. Mientras la gente se miraba como para darse alguna explicación y otros se bajaban para curiosear, un grupo de personas enmascaradas y con grandes pistolas se subieron al tren, amenazando a la gente para quitarles sus pertenencias y matando si lástima a quienes se resistían. En un primer momento los pasajeros, en su mayoría mujeres, comenzaron a gritar y todo el ambiente se colmó de pánico, fue ahí cuando algunos aprovecharon para escapar. Leonidas huyó de aquella escena. Uno de los asaltantes lo miró escabullirse entre el monte y lo siguió, ya era tarde, el cielo estaba nublado y los caminos musgosos hacían peligrosa la huída. El hombre del pasamontañas conocía perfectamente las veredas, miraba los pasos que Leonidas dejaba sobre la hierba y hasta distinguía su respiración del resto del aire. Lo persiguió hasta entrada la noche, cuando lo tenía a poca distancia, le disparó dos veces, oyó los gemidos de aquel hombre y al aproximarse, se dio cuenta que unos campesinos se acercaban, entonces decidió dejarlo creyendo que estaba muerto.
Leonidas despertó en una casa humilde de indígenas en un lugar llamado Tacaná. El disparo de aquel hombre apenas le rozó la pierna derecha. Le pusieron hojas de árnica sobre la herida y se sintió mejor. Le ofrecieron café y tortillas hechas a mano. Era la noche última del año. Y en vez de ponerse triste por no llegar a tiempo a su destino, se sintió contento por salir con vida del asalto sufrido en el tren, no llevaba dinero, pero en su corazón experimentaba una emoción intensa. Nunca se imaginó esperar así el año nuevo, sentado en una piedra grande y mirando el paisaje hasta recibir las primeras luces del alba.
Leonidas llegó a Zacualpa porque los peones de su difunto padre supieron que se encontraba en Tacaná.
La gente del pueblo lo recibió con cierto temor. En cuanto llegó, el mejor amigo de su padre, el cura Nicolás, le contó durante varias horas los más importantes acontecimientos que sucedieron en los veinte años que estuvo ausente. Le dijo del cambio tan drástico en el comportamiento de don José Valera desde que supo de la muerte de su esposa, Doña Úrsula. Y explicó:
“Siempre decía que el culpable de que Úrsula muriera fuiste tú, que no la cuidaste ni le diste aviso cuando se enfermó, sino que sólo le mandaste decir que ya se había muerto. Eso a él nunca le pareció. Desde la tarde de ese mismo día empezó a negarte como su hijo y a beber como nunca lo había hecho. Y luego se portaba muy mal con sus trabajadores, había semanas que no les pagaba. Y a tener mujeres que traía de no sé donde. Todos se la traían contra él, hasta sus propios peones que se convertían en bandidos, entraban a su casa para matarlo aunque nunca lo encontraron. Pero llegó el día. Nadie lo pensó de esa manera, pero así pasó. Cuando iba para su parcela, su caballo resbaló en la vereda y él cayó al barranco, sobre las piedras. Vivió tres días. Yo vine para que no sufriera tanto en su caminar hacia la otra vida. Todos sabían que se iba a morir. El odio de la gente se convirtió pronto en lástima. Aquel señor de la voz fuerte tenía los ojos llenos de ternura, lloraba cuando hablaba conmigo. Parecía un animalito que no quería morir. El último día que vivió, cuando lo vi por la mañana, me llamó y dijo que sólo faltaba que tú lo perdonaras, sacó unos papeles y me dio la dirección del lugar donde te dejó, estaba seguro que te encontraría. Me dejó su testamento, dijo que todo lo que tenía era tuyo, que hicieras lo que quisieras con eso. Le prometí que te lo diría apenas hubieras puesto un pié en Zacualpa. Sabrás tú que hacer ahora con lo que te dejó, yo ya he cumplido mi promesa”.
A diferencia de Don José Valera que se convirtió en un patrón explotador de sus trabajadores, mujeriego y borracho , Leonidas fue un hombre justo con la gente del pueblo, regaló buena parte de sus tierras a los viejos que le dijeron haber trabajado tanto y todo lo que aprendió de sus ratos de lectura lo aplicó a las tareas diarias. Enseñó a leer a los niños en una escuela que fundó con el dinero de su herencia, les explicó a los campesinos la mejor manera de sembrar sus hortalizas, de sanar sus plantas y mejoró con nuevas máquinas los beneficios de café que le dejó su padre.
Leonidas volvió a creer en el amor. Se casó y tuvo cinco hijos.
Camino al sur
La noche hacía crecer la luz intermitente de un faro lejano, el muelle asemejaba un caminito de piedras de fuego y los barcos parecían quinqués en miniatura flotando sobre el océano. Era el puerto de Veracruz en los últimos días de Diciembre. A Leonidas se le había subido la tristeza hasta en la cara. Por la tarde contrató una pequeña canoa, se adentró un poco al mar y desde allí pudo mirar las parvadas de gaviotas jugueteando con las nubes en el cielo, las tortugas veteranas dando volteretas en el agua, el movimiento incesante de las olas, el reflejo del sol en las orillas de las playas, las líneas perfectas de los cocoteros, y lo que más lo entretuvo fue un grupo de peces cruzando el arrecife, como si de pronto, algún arcoiris fuera succionado por una boca de cielo. Todo eso lo hizo muy feliz, incluso estaba seguro de haber entendido el lenguaje de los delfines que estuvieron a punto de tirarle la canoa.
Cuando decidió salir del mar, ya era de noche. Y se encontró con familias enteras ocupando todavía las palapas sembradas en la arena y otras más que caminaban alegres por las calles. Desde que lo trajeron a Veracruz, cuando tenía siete años, nunca pudo dejar de extrañar los adornos de su casa a mediados de Diciembre.
Leonidas nació en el Sureste Mexicano, en algún lugar de Chiapas. Hijo único. Sus padres, Don José Valera y Doña Úrsula, eran dueños de una hacienda cafetalera, pero en los tiempos del presidente Cárdenas, sufrieron persecución y amenazas. Por eso decidieron escapar una madrugada de Septiembre. Más de cinco horas huyendo a caballo, entre el monte, hasta que encontraron el Puerto San Benito. Don José Valera sabía que si se embarcaban, terminarían su viaje en Guatemala o llegarían al Canal de Panamá. Decidió tomar el tren que iba a Veracruz para de allí salir a Europa. Desembarcaron en el Puerto, y unos días después, Don José Valera recibió una carta de otro hacendado quien le escribía que la tormenta había cesado y que podía regresar a rescatar algo de sus tierras, Doña Úrsula y el pequeño Leonidas se quedaron, Don José regresó a Chiapas. Leonidas perdió a su madre al año siguiente a causa de una pulmonía. Su padre mandaba dinero al principio, pero cuando supo de la muerte de su mujer, ya no envió ni cartas ni dinero. A sus ocho años, Leonidas comenzó a trabajar con una señora que vendía comidas. Aprendió a preparar un amplio menú de platillos de mariscos, desde las mojarras doradas en aceite de cacahuate, los caparazones de cangrejo rellenos de camarón, filete de ballenas azules, hasta los caracoles vivos inundados de limón y los tacos de cabeza de caballito de mar. Leonidas había adquirido fama por la extravagancia de sus recetas y pronto aquella pequeña fonda se convirtió en uno de los restaurantes más concurridos de la región.
Toda su juventud se la pasó Leonidas trabajando. Apenas si tuvo tiempo de enamorarse. A la mulata de raíces jamaiquinas que fue por un tiempo su novia, se la llevaron en un barco lleno de puros tripulante ingleses. Nunca supo más de ella. Tanto la quería, que estuvo a punto de viajar para trabajar como esclavo en las bananeras de las Antillas. Pero no lo dejó ni su inteligencia, ni los consejos de la dueña del restaurante a quien reconoció como su segunda madre. A sus veinticuatro años estaba convencido que el amor era un invento más de la poesía.
Ahora, a Leonidas lo inundaba una profunda tristeza, hacía tres días que había llevado a enterrar a su madre adoptiva, aquella buena mujer que le enseñó a ganarse la vida. Sus ojos melancólicos sólo miraban sucesivas imágenes históricas. La soledad, dentro de él, era comparable a un anochecer que poco a poco lo iba cubriendo con sus ondas oscuras. Momentos antes de declararse vencido por el sueño, alguien vino corriendo y se paró frente a él. Su amigo Eneas le trajo una carta. Su padre había muerto.
Si antes había comparado su tristeza con la oscuridad, en ese momento sintió como si la noche de un segundo cielo abrumara su alma.
No se detuvo a pensar en el olvido en que lo tuvo su padre. Corrió desesperado a su casa para juntar los ahorros guardados debajo del colchón, en el interior de los jarros, detrás de los retratos y unas monedas más que había enterrado bajo un árbol de tamarindos. El tren salía hasta la mañana siguiente. A Leonidas no le quedó más que esperar. Aprovechó para encargarle el restaurante a su amigo Eneas y cuando se quiso dormir, sintió que un llanto le apretujaba la garganta. Lloraba lágrimas de aire.
A las cuatro salió el primer tren, una ligera lluvia opacaba la mañana. Habría que recorrer las vías durante una semana para llegar al antiguo Puerto San Benito, pero Leonidas vivía hasta Zacualpa, así que tenía que sumarle otras cinco horas que se hacían los caballos a todo galope.
Leonidas no viajaba desde hacía más de veinte años cuando su padre, Don José Valera, lo trajo con su madre a Veracruz. A través de la ventana miraba sorprendido el movimiento de los árboles de primavera, el contraste de las flores con el verde espeso de la selva, los cauces de los ríos de aguas azules y la caída piramidal de las cascadas, los troncos podridos poblados de lianas, las vacas parchadas y los borregos brincando de un lado a otro por el campo.
Hacia el Sur, era el camino que reencontraba a Leonidas con su pasado, con la ola de recuerdos que a veces no lo dejaba dormir.
Cuando faltaba un día de recorrido para llegar a su destino final, el tren se detuvo. El piloto dijo que las vías estaban muy peligrosas y la máquina había sufrido algunos desperfectos y se bajó del tren. Mientras la gente se miraba como para darse alguna explicación y otros se bajaban para curiosear, un grupo de personas enmascaradas y con grandes pistolas se subieron al tren, amenazando a la gente para quitarles sus pertenencias y matando si lástima a quienes se resistían. En un primer momento los pasajeros, en su mayoría mujeres, comenzaron a gritar y todo el ambiente se colmó de pánico, fue ahí cuando algunos aprovecharon para escapar. Leonidas huyó de aquella escena. Uno de los asaltantes lo miró escabullirse entre el monte y lo siguió, ya era tarde, el cielo estaba nublado y los caminos musgosos hacían peligrosa la huída. El hombre del pasamontañas conocía perfectamente las veredas, miraba los pasos que Leonidas dejaba sobre la hierba y hasta distinguía su respiración del resto del aire. Lo persiguió hasta entrada la noche, cuando lo tenía a poca distancia, le disparó dos veces, oyó los gemidos de aquel hombre y al aproximarse, se dio cuenta que unos campesinos se acercaban, entonces decidió dejarlo creyendo que estaba muerto.
Leonidas despertó en una casa humilde de indígenas en un lugar llamado Tacaná. El disparo de aquel hombre apenas le rozó la pierna derecha. Le pusieron hojas de árnica sobre la herida y se sintió mejor. Le ofrecieron café y tortillas hechas a mano. Era la noche última del año. Y en vez de ponerse triste por no llegar a tiempo a su destino, se sintió contento por salir con vida del asalto sufrido en el tren, no llevaba dinero, pero en su corazón experimentaba una emoción intensa. Nunca se imaginó esperar así el año nuevo, sentado en una piedra grande y mirando el paisaje hasta recibir las primeras luces del alba.
Leonidas llegó a Zacualpa porque los peones de su difunto padre supieron que se encontraba en Tacaná.
La gente del pueblo lo recibió con cierto temor. En cuanto llegó, el mejor amigo de su padre, el cura Nicolás, le contó durante varias horas los más importantes acontecimientos que sucedieron en los veinte años que estuvo ausente. Le dijo del cambio tan drástico en el comportamiento de don José Valera desde que supo de la muerte de su esposa, Doña Úrsula. Y explicó:
“Siempre decía que el culpable de que Úrsula muriera fuiste tú, que no la cuidaste ni le diste aviso cuando se enfermó, sino que sólo le mandaste decir que ya se había muerto. Eso a él nunca le pareció. Desde la tarde de ese mismo día empezó a negarte como su hijo y a beber como nunca lo había hecho. Y luego se portaba muy mal con sus trabajadores, había semanas que no les pagaba. Y a tener mujeres que traía de no sé donde. Todos se la traían contra él, hasta sus propios peones que se convertían en bandidos, entraban a su casa para matarlo aunque nunca lo encontraron. Pero llegó el día. Nadie lo pensó de esa manera, pero así pasó. Cuando iba para su parcela, su caballo resbaló en la vereda y él cayó al barranco, sobre las piedras. Vivió tres días. Yo vine para que no sufriera tanto en su caminar hacia la otra vida. Todos sabían que se iba a morir. El odio de la gente se convirtió pronto en lástima. Aquel señor de la voz fuerte tenía los ojos llenos de ternura, lloraba cuando hablaba conmigo. Parecía un animalito que no quería morir. El último día que vivió, cuando lo vi por la mañana, me llamó y dijo que sólo faltaba que tú lo perdonaras, sacó unos papeles y me dio la dirección del lugar donde te dejó, estaba seguro que te encontraría. Me dejó su testamento, dijo que todo lo que tenía era tuyo, que hicieras lo que quisieras con eso. Le prometí que te lo diría apenas hubieras puesto un pié en Zacualpa. Sabrás tú que hacer ahora con lo que te dejó, yo ya he cumplido mi promesa”.
A diferencia de Don José Valera que se convirtió en un patrón explotador de sus trabajadores, mujeriego y borracho , Leonidas fue un hombre justo con la gente del pueblo, regaló buena parte de sus tierras a los viejos que le dijeron haber trabajado tanto y todo lo que aprendió de sus ratos de lectura lo aplicó a las tareas diarias. Enseñó a leer a los niños en una escuela que fundó con el dinero de su herencia, les explicó a los campesinos la mejor manera de sembrar sus hortalizas, de sanar sus plantas y mejoró con nuevas máquinas los beneficios de café que le dejó su padre.
Leonidas volvió a creer en el amor. Se casó y tuvo cinco hijos.
viernes, 30 de mayo de 2008
Un par de textos
No hay justificación para esto que escribo. Adelante:
No es cierto lo de mi corazón.
De pie, frente al reflejo de mi corazón
A tras luz, en un charco de estrellas,
Caen mis lágrimas abundantes de palabras,
Caen cometas espantados por mi vida
Fugaz, por la muerte que nos salva.
Traigo letras para versar sobre algo
Que me ayude a bien morir,
Traigo un tiempo circular que gira
Sobre su mismo centro y se pierde
Y no se encuentra por más que sepa dónde está.
No traigo nada.
Tal vez silencios insoportables,
Noches de soledad y en la soledad un alma muerta,
Alguna risa histórica que rueda infinita,
Un montón de flores inventadas
Y los falsos amores de todos los días.
Traigo todo para aventurarme
A un mundo inexistente
Descubierto en una mirada cerrada.
Hago lo que puedo en este fluir de silencio
Hasta que mi corazón a tras luz
Se cansa de mirarse en un charco de estrellas.
No es cierto lo de mi corazón.
Espere un poco…
Y mientras tanto veo desde las alturas del edificio
Cómo corren letras altivas por mi sangre
Y me tiemblan un poco las piernas,
La gente que camina por su vida inventada,
Los coches empolvados sin manos,
Los árboles puestos a secar al aire libre en una tierra desierta.
Sigo en la espera.
Qué mal y triste resulta esperar a las cinco de la tarde
Cuando muchos salen hastiados de su trabajo
Y las oficinas se quedan cerradas con tantas llaves,
Qué soledad la de los aviones a medio cielo
Esparciendo su sonido entre las nubes.
Todo se mira triste
(Quizá he visto pocas tardes como ésta).
Si escucharas el ruido constante del agua
Que cae violentamente sobre el prado
Y miraras detenidamente sus vueltas
Tantas como estrellas
Y las contáramos todas,
Jurarías que estamos locos los dos
Y no tendría ningún caso escribirlo.
Son varias horas transcurridas
Y las lámparas se encienden poco a poco,
El cielo medio gris hunde las horas,
Las ramas cenizas de los pinos resguardan las últimas aves,
El aire, suave, diluye los cantos finales:
Los cláxones, las palomas, el agua;
Mi brazo tiembla y tengo hambre y viene el frío
Pero es mi turno, la espera termina, y ahora,
Que puedo sentarme,
La luz de la pequeña oficina termina con mis palabras.
No es cierto lo de mi corazón.
De pie, frente al reflejo de mi corazón
A tras luz, en un charco de estrellas,
Caen mis lágrimas abundantes de palabras,
Caen cometas espantados por mi vida
Fugaz, por la muerte que nos salva.
Traigo letras para versar sobre algo
Que me ayude a bien morir,
Traigo un tiempo circular que gira
Sobre su mismo centro y se pierde
Y no se encuentra por más que sepa dónde está.
No traigo nada.
Tal vez silencios insoportables,
Noches de soledad y en la soledad un alma muerta,
Alguna risa histórica que rueda infinita,
Un montón de flores inventadas
Y los falsos amores de todos los días.
Traigo todo para aventurarme
A un mundo inexistente
Descubierto en una mirada cerrada.
Hago lo que puedo en este fluir de silencio
Hasta que mi corazón a tras luz
Se cansa de mirarse en un charco de estrellas.
No es cierto lo de mi corazón.
Espere un poco…
Y mientras tanto veo desde las alturas del edificio
Cómo corren letras altivas por mi sangre
Y me tiemblan un poco las piernas,
La gente que camina por su vida inventada,
Los coches empolvados sin manos,
Los árboles puestos a secar al aire libre en una tierra desierta.
Sigo en la espera.
Qué mal y triste resulta esperar a las cinco de la tarde
Cuando muchos salen hastiados de su trabajo
Y las oficinas se quedan cerradas con tantas llaves,
Qué soledad la de los aviones a medio cielo
Esparciendo su sonido entre las nubes.
Todo se mira triste
(Quizá he visto pocas tardes como ésta).
Si escucharas el ruido constante del agua
Que cae violentamente sobre el prado
Y miraras detenidamente sus vueltas
Tantas como estrellas
Y las contáramos todas,
Jurarías que estamos locos los dos
Y no tendría ningún caso escribirlo.
Son varias horas transcurridas
Y las lámparas se encienden poco a poco,
El cielo medio gris hunde las horas,
Las ramas cenizas de los pinos resguardan las últimas aves,
El aire, suave, diluye los cantos finales:
Los cláxones, las palomas, el agua;
Mi brazo tiembla y tengo hambre y viene el frío
Pero es mi turno, la espera termina, y ahora,
Que puedo sentarme,
La luz de la pequeña oficina termina con mis palabras.
martes, 27 de mayo de 2008
Nuevamente la soledad
La soledad, creo, es un buen escenario para escribir. Sin embargo, no es un lugar para quedarse definitivamente. Pienso ahora en estar solo y no en sentirse solo, que es peor. Porque, aún entre la muchedumbre, uno a veces no se encuentra, quizá por las ideas, las aficiones, lo que se siente, se imagina, etc. Desde muchos ángulos puede analizarse la soledad, aunque estas palabras no son más que el reflejo de lo que se puede decir (bien o mal) mientras uno la padece (que es más sinónimo de "disfruta"). Y añado un pequeñísimo texto al final.
A solas
A solas siempre termino pensando en ti,
es un murmullo de silencio
que repite tu nombre como un eco musical,
que sale de todas partes del día,
que llena los vacíos de mi alma
y hace que escriba a ciegas
con el puro amor moviéndome las manos
con los dedos encarrilados diciéndote todo
lo que mi corazón mudo no puede
lo que la voz frente a ti calla
todo lo que mi piel por sus poros habla
y mi mente
al oído
entre sueños
canta.
Ya no soy Yo,
el de ahora,
haz hecho de mí algo parecido
a un muerto viviendo en la eternidad,
a un fantasma metido en un cuerpo flaco.
Llamo desde este sentir indescriptible,
que fluye dentro de mí,
a tu imagen de cielo
a tus ojos tejidos de ternura
a tu risa de sandía
a tus ratos de enojo en que te quiero
para que dejen un espacio silencioso
donde pueda habitar,
para que bajen sus flechas
y pongan mi corazón en libertad.
Pido también
a tu moral y a tus modales un lugarcito para los tiempos de tormenta,
a tus oídos un espacio para contarte mi historia,
a tu vida un tiempo contigo,
a tus brazos toda su longitud,
y a tu corazón permiso para llenarlo de amor.
Y a solas,
entre olas de sombras
y con intermitentes fogonazos de luz,
continúo diciendo
lo que soy y lo que quiero:
soy de ti y te quiero;
no hay más,
todo sobra,
incluso este texto escrito con los ojos de mis manos
y con el corazón casi llorando.
Tienes la silueta de mi alma
cuando todo en mí está vacío
y me encuentro a solas, callado,
pensando en ti
siempre al final de todo.
De los Dos
Perdidos en el mar de nuestro amor
gritamos al mundo:
¡Que nadie nos salve!
A solas
A solas siempre termino pensando en ti,
es un murmullo de silencio
que repite tu nombre como un eco musical,
que sale de todas partes del día,
que llena los vacíos de mi alma
y hace que escriba a ciegas
con el puro amor moviéndome las manos
con los dedos encarrilados diciéndote todo
lo que mi corazón mudo no puede
lo que la voz frente a ti calla
todo lo que mi piel por sus poros habla
y mi mente
al oído
entre sueños
canta.
Ya no soy Yo,
el de ahora,
haz hecho de mí algo parecido
a un muerto viviendo en la eternidad,
a un fantasma metido en un cuerpo flaco.
Llamo desde este sentir indescriptible,
que fluye dentro de mí,
a tu imagen de cielo
a tus ojos tejidos de ternura
a tu risa de sandía
a tus ratos de enojo en que te quiero
para que dejen un espacio silencioso
donde pueda habitar,
para que bajen sus flechas
y pongan mi corazón en libertad.
Pido también
a tu moral y a tus modales un lugarcito para los tiempos de tormenta,
a tus oídos un espacio para contarte mi historia,
a tu vida un tiempo contigo,
a tus brazos toda su longitud,
y a tu corazón permiso para llenarlo de amor.
Y a solas,
entre olas de sombras
y con intermitentes fogonazos de luz,
continúo diciendo
lo que soy y lo que quiero:
soy de ti y te quiero;
no hay más,
todo sobra,
incluso este texto escrito con los ojos de mis manos
y con el corazón casi llorando.
Tienes la silueta de mi alma
cuando todo en mí está vacío
y me encuentro a solas, callado,
pensando en ti
siempre al final de todo.
De los Dos
Perdidos en el mar de nuestro amor
gritamos al mundo:
¡Que nadie nos salve!
domingo, 25 de mayo de 2008
Sin complicaciones
Te vi desde la arena
Mientras algunos cazaban tiburones,
otros fumaban grandes puros
debajo de las palapitas de palma,
mientras la gente corría divertida
en medio de las olas
y las señoras pasaban vendiendo
cocos y refrescos de cola
yo, te veía desde la arena,
enterrado en mí mismo
y construyendo castillos
con las tizas de mi corazón.
Te veía desde la arena
con el sol quemándome el alma,
estabas sentada mirando el horizonte,
talvez aquel gran barco blanco
que atravesaba el océano.
Y así te ibas de mí,
perdiéndote al compás del tiempo,
yendo hacia alguna parte
a donde mi corazón no alcanza.
Tenías perdida la mirada,
yo agarraba las almejas muertas
y las tiraba al mar,
las gaviotas hacían acrobacias
huyendo del muelle,
alguien pedía auxilio
y la gente se aglomeraba,
dicen que aparecían sirenas
conquistando hombres,
a mí no me importaba.
Desde que vi tu piel morena,
yo, sentado en la arena de la playa,
entre tanta gente con sus sombreros de palma,
entre tanto acento costeño,
te miraba.
Alguien me pasó
un plato con trozos de pulpo y salsa,
pero los ofrecí
a un grupo de pelícanos
que no había cazado nada.
Y desde ahí,
en la arena,
seguía mirándote,
con estos pocos ojos que tengo,
fotografiándote
en alguna parte de mi mente,
con el cuerpo asado de sol,
hasta el momento en que te fuiste,
y te seguí
como aquel gran barco blanco
perdido en alguna parte del mundo.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Las Palabras de Despedida
Estas son las palabras de despedida leídas en la Velada de la Quema Agroindustrial 2008. Es un texto pequeño, quizá con muchos desaciertos, pero que se conformaron en el fluir del tiempo y que son especiales, bastante importantes para mí. Dedicada a mis compañeros con quienes he compartido cuatro años, que creo nos han servido para bien vivir y para aprender continuamente de lo que nos pasa a diario. Añado también unas cuantas letras bajo el título "Del calor de adentro" que son propiamente un punto de vista de la clase de un miércoles caluroso de hace muy pocos días.
Palabras de despedida
Un ADIOS no puede ser la última palabra, es mejor decir COMPAÑERO, AMIGO o quizás HASTA LUEGO. Resulta difícil, sin embargo, seguir sólo el camino, acostumbrarse a vivir sin ustedes que tuvieron siempre palabras para alentar, ejemplos para vivir, coraje frente a las circunstancias adversas, ganas de cambiar el mundo y combatir la amargura, la soledad y el miedo.
Porque aprendimos a vivir en libertad, a pensar sin restricciones, a mirar lo injusto de la realidad con ojos de optimismo, a luchar por los sueños sin dejar a un lado los valores.
Cada quien trajo su sabor, el folklor de su Estado a flor de piel, sus ideas de rebeldía frente a las injusticias diarias, el humor que hacía salir de momentos de tensión, las cursilerías y otras maneras de celebrar la existencia, de exprimir el tiempo para no arrepentirnos de nuestra propia historia.
Parece que la única fuente de inspiración de hoy es la nostalgia (que vuela como mariposa negra sobre la hoja en blanco), la oleada de recuerdos que dejaron una huella dulce, los instantes eternizados en la amplitud de la memoria y los múltiples momentos mágicos que vivimos, que compartimos juntos.
No se olvidarán las risas, las miradas, algunas lágrimas frente a situaciones fuera de nuestro alcance, el desánimo provocado por los problemas que tal vez no quisimos hablar con nadie, nuestros ratos de enojo y las complicidades que nos unieron más e hicieron conocer nuestras coincidencias. Tampoco se puede resumir en frases sencillas las locuras, las repentinas tempestades melancólicas que golpearon nuestro interior y también aquellos momentos felices y dulces que permanecerán en nuestros corazones para siempre.
Nadie sabe cuánto camino falta por recorrer, lo único cierto es que a nosotros nos toca vivir cada instante como si fuera el último, hacer todo por alcanzar la felicidad, tener una razón con la cual despertar todos los días y levantarnos de esos tropiezos que sobre todo, nos enseñarán a vivir mejor.
Un ADIOS no puede ser la última palabra, es mejor decir COMPAÑERO, AMIGO o quizás HASTA LUEGO.
Recuerden que solo somos pasajeros en este tren llamado vida,
Y sé, que en alguna estación, volveremos a vernos.
GRACIAS POR TODO.
Del calor de adentro
El pequeño salón oscuro
Está a punto de incendiarse
Y yo con él,
Qué calor tan sofocante,
La piel no sabe qué hacer
Y afuera llueve
Y aquí arde.
Somos muchos, muchas butacas,
Yo trato al menos de buscar
Una ventana de versos ficticios
Aún sin café
Y sin libros
Sin Velarde ni Neruda ni nadie.
Por el momento no escucho
Sólo hablo en el silencio,
Emocionado canto a mi mismo
Un rumor de ríos lejanos
Y obligo a salir a mi espíritu
De estas cuatro paredes estrechas;
Afuera, ya no sé si llueve,
La clase todavía no termina,
Es de noche
De una obscuridad bochornosa
Que incluso me obliga a terminar este texto.
Palabras de despedida
Un ADIOS no puede ser la última palabra, es mejor decir COMPAÑERO, AMIGO o quizás HASTA LUEGO. Resulta difícil, sin embargo, seguir sólo el camino, acostumbrarse a vivir sin ustedes que tuvieron siempre palabras para alentar, ejemplos para vivir, coraje frente a las circunstancias adversas, ganas de cambiar el mundo y combatir la amargura, la soledad y el miedo.
Porque aprendimos a vivir en libertad, a pensar sin restricciones, a mirar lo injusto de la realidad con ojos de optimismo, a luchar por los sueños sin dejar a un lado los valores.
Cada quien trajo su sabor, el folklor de su Estado a flor de piel, sus ideas de rebeldía frente a las injusticias diarias, el humor que hacía salir de momentos de tensión, las cursilerías y otras maneras de celebrar la existencia, de exprimir el tiempo para no arrepentirnos de nuestra propia historia.
Parece que la única fuente de inspiración de hoy es la nostalgia (que vuela como mariposa negra sobre la hoja en blanco), la oleada de recuerdos que dejaron una huella dulce, los instantes eternizados en la amplitud de la memoria y los múltiples momentos mágicos que vivimos, que compartimos juntos.
No se olvidarán las risas, las miradas, algunas lágrimas frente a situaciones fuera de nuestro alcance, el desánimo provocado por los problemas que tal vez no quisimos hablar con nadie, nuestros ratos de enojo y las complicidades que nos unieron más e hicieron conocer nuestras coincidencias. Tampoco se puede resumir en frases sencillas las locuras, las repentinas tempestades melancólicas que golpearon nuestro interior y también aquellos momentos felices y dulces que permanecerán en nuestros corazones para siempre.
Nadie sabe cuánto camino falta por recorrer, lo único cierto es que a nosotros nos toca vivir cada instante como si fuera el último, hacer todo por alcanzar la felicidad, tener una razón con la cual despertar todos los días y levantarnos de esos tropiezos que sobre todo, nos enseñarán a vivir mejor.
Un ADIOS no puede ser la última palabra, es mejor decir COMPAÑERO, AMIGO o quizás HASTA LUEGO.
Recuerden que solo somos pasajeros en este tren llamado vida,
Y sé, que en alguna estación, volveremos a vernos.
GRACIAS POR TODO.
Del calor de adentro
El pequeño salón oscuro
Está a punto de incendiarse
Y yo con él,
Qué calor tan sofocante,
La piel no sabe qué hacer
Y afuera llueve
Y aquí arde.
Somos muchos, muchas butacas,
Yo trato al menos de buscar
Una ventana de versos ficticios
Aún sin café
Y sin libros
Sin Velarde ni Neruda ni nadie.
Por el momento no escucho
Sólo hablo en el silencio,
Emocionado canto a mi mismo
Un rumor de ríos lejanos
Y obligo a salir a mi espíritu
De estas cuatro paredes estrechas;
Afuera, ya no sé si llueve,
La clase todavía no termina,
Es de noche
De una obscuridad bochornosa
Que incluso me obliga a terminar este texto.
lunes, 19 de mayo de 2008
Una aproximación más a la poesía
Este conjunto de palabras fueron escritas, en su momento, con tinta roja. De ahí su título. Bueno, si algo tienen qué decir, hablarán por sí mismas. Quizá sean amorosas o simplemente inclasificables.
Con rojo
Te escribo con este rojo escurridizo
porque no tengo otro color
quizá si busco, encontraré analogías,
como el rojo palidito de tus labios
como las tardes de rojo cuando cae la noche
y te pienso interminablemente
hasta que tu nueva luz de alba me ilumina,
el rojo, símbolo de la pasión,
de esa pasión que no hemos concluido
y que construimos a veces con miradas,
de la pasión como acto cumbre
y como demostración de un amor clandestino
de todos los sentimientos que no hemos dicho
y de mis sueños cuando sueño contigo.
Y te sigo escribiendo con este rojo
no tan patriótico como el color de la bandera
ni tan abrumador como un sol ardiente,
pero al fin y al cabo nuestro rojo,
es el amor el que nos escribe.
Dibuja en mi boca
corazones con el rojo de tus labios,
lléname el corazón
con tus besos que son disparos de azúcar.
A estas horas de la noche
cuando la lluvia ha cesado
no he podido dejar de extrañarte,
aquí
en este ruido de puertas entrecerradas,
con los sonidos de pequeños radios mal sintonizados ,
con los tic tacs desesperantes del reloj
y con el frío
y Yo mismo,
sin Ti
Soportándome.
La mitad del mundo duerme,
los búhos comienzan su festival nocturno
el amor florece por las calles
Y Yo, encerrado en mi cuarto,
con un llanto seco en el estómago
y la imaginación repleta de ti
he terminado de escribirte con rojo.
Te escribo con este rojo escurridizo
porque no tengo otro color
quizá si busco, encontraré analogías,
como el rojo palidito de tus labios
como las tardes de rojo cuando cae la noche
y te pienso interminablemente
hasta que tu nueva luz de alba me ilumina,
el rojo, símbolo de la pasión,
de esa pasión que no hemos concluido
y que construimos a veces con miradas,
de la pasión como acto cumbre
y como demostración de un amor clandestino
de todos los sentimientos que no hemos dicho
y de mis sueños cuando sueño contigo.
Y te sigo escribiendo con este rojo
no tan patriótico como el color de la bandera
ni tan abrumador como un sol ardiente,
pero al fin y al cabo nuestro rojo,
es el amor el que nos escribe.
Dibuja en mi boca
corazones con el rojo de tus labios,
lléname el corazón
con tus besos que son disparos de azúcar.
A estas horas de la noche
cuando la lluvia ha cesado
no he podido dejar de extrañarte,
aquí
en este ruido de puertas entrecerradas,
con los sonidos de pequeños radios mal sintonizados ,
con los tic tacs desesperantes del reloj
y con el frío
y Yo mismo,
sin Ti
Soportándome.
La mitad del mundo duerme,
los búhos comienzan su festival nocturno
el amor florece por las calles
Y Yo, encerrado en mi cuarto,
con un llanto seco en el estómago
y la imaginación repleta de ti
he terminado de escribirte con rojo.
Disertación sobre Poesía
Aunque quizá mi opinión esté por demás, pero siendo éste un lugar de libre expresión, externaré mi percepción (bastante particular) sobre la poesía. Esto ha generado a lo largo de la historia serias discusiones, incluso a nivel escolar se proporcionan conceptos que estandarizan la razón de la poesía y su estructura, pero valga mi sencilla aportación.
Poesía
La poesía es una belleza bellamente distorsionada.
Hacer poesía es ejercer la libertad de expresión.
Es una forma de anunciar, denunciar y renunciar a la realidad, a las cosas que duelen, que molestan y también que agradan.
Poesía es una fotografía de la verdad mediante palabras.
Dice más que uno, lo redescubre, lo inventa.
Es una salida a un mundo con más posibilidades.
Yo, he intentado hacer poesía, pero creo que he logrado poco, talvez cuando verdaderamente encuentre un poema dentro de mis textos , ya no valga la pena continuar escribiendo.
Por eso, me agrada hacer ensayos de poemas, muchas veces disparatados, pues en mi, la poesía no es más que una afición.
En la lectura he recurrido a pocos poetas. Si trato de escribir poesía es porque a veces no soporto las mariposas en el estómago y las dejo escapar por las manos.
O quizá para anestesiar la soledad.
La poesía es solo un acercamiento a lo que el autor quiere decir.
Es una traducción de lo intrínseco.
En mi caso, es una manera de comprobar que aún existo.
En fin, no hay más concepto de poesía que la poesía misma. Por eso, No sé qué es Poesía.
Poesía
La poesía es una belleza bellamente distorsionada.
Hacer poesía es ejercer la libertad de expresión.
Es una forma de anunciar, denunciar y renunciar a la realidad, a las cosas que duelen, que molestan y también que agradan.
Poesía es una fotografía de la verdad mediante palabras.
Dice más que uno, lo redescubre, lo inventa.
Es una salida a un mundo con más posibilidades.
Yo, he intentado hacer poesía, pero creo que he logrado poco, talvez cuando verdaderamente encuentre un poema dentro de mis textos , ya no valga la pena continuar escribiendo.
Por eso, me agrada hacer ensayos de poemas, muchas veces disparatados, pues en mi, la poesía no es más que una afición.
En la lectura he recurrido a pocos poetas. Si trato de escribir poesía es porque a veces no soporto las mariposas en el estómago y las dejo escapar por las manos.
O quizá para anestesiar la soledad.
La poesía es solo un acercamiento a lo que el autor quiere decir.
Es una traducción de lo intrínseco.
En mi caso, es una manera de comprobar que aún existo.
En fin, no hay más concepto de poesía que la poesía misma. Por eso, No sé qué es Poesía.
Letras que superan
Cuando la unión de las letras forman alguna palabra que sale del algún recóndito, sin descubrir de uno mismo, generalemente superan, hacen volar hacia lugares inexplorados. Yo no sé cuanto de eso tenga el texto que escribí hace poco y que a continuación transcribo. Esto es más bien un instante de soledad que se quedó atrapado en una manera particular de escpresión escrita.
Instante de soledad
Callado, como nunca. Callado, como todos los días. Las venas están secas y caen en forma de hilos de la carne. Los ojos grises llorosos permanecen oscuros. La luz proyecta la sombra del hombre y la silla raquítica que no soporta el peso de nadie. El foco poco a poco se apaga y gira hacia los rincones del cuarto esférico. El hombre mantiene el rostro serio, los cabellos le cuelgan a la altura del hombro, su nariz blanca resalta invadida de sombras brillantes. La ventana es extremadamente pequeña, suficiente para que no pase un solo camello. Afuera no hay nada. Los ojos del hombre se cierran por completo, para mirarse. Hay un espejo de agua en el piso cubriendo totalmente el cuarto. El espejo tiene una profundidad incalculable. El hombre grita hacia adentro, su eco suspende el movimiento inverso de las manecillas del reloj. No hay temor al vacío, los gusanos hacen el camino menos difícil. La silla se mueve, el hombre sonríe mostrando su boca desdentada. De su interior sale una mariposa negra moribunda gritando improperios silenciosos. Afuera… No pasa nada. Al hombre no le importa, siempre ha dejado que el mundo corra y tropiece a sus anchas. Él continúa su propia agonía, la soledad lo acompaña, la muerte se lo está comiendo muerto. La silla no cae. El hombre saca un cigarro y expulsa líneas negras de humo en sus orejas. Tiembla de gozo. La muerte se desespera y mete un mal recuerdo en su cabeza quebrada. Avanza la sombra del hombre hasta él, el reflejo del cuerpo del hombre formado en el espejo profundo de agua decide ahogarse mientras el hombre y su sombra luchan incansables. La sombra vence al hombre al traspasar sus pupilas. El hombre se precipita velozmente al vacío y su sombra se desvanece al hallar un punto de luz. El hombre está vivo. Afuera… Alguien toca la puerta.
Callado, como nunca. Callado, como todos los días. Las venas están secas y caen en forma de hilos de la carne. Los ojos grises llorosos permanecen oscuros. La luz proyecta la sombra del hombre y la silla raquítica que no soporta el peso de nadie. El foco poco a poco se apaga y gira hacia los rincones del cuarto esférico. El hombre mantiene el rostro serio, los cabellos le cuelgan a la altura del hombro, su nariz blanca resalta invadida de sombras brillantes. La ventana es extremadamente pequeña, suficiente para que no pase un solo camello. Afuera no hay nada. Los ojos del hombre se cierran por completo, para mirarse. Hay un espejo de agua en el piso cubriendo totalmente el cuarto. El espejo tiene una profundidad incalculable. El hombre grita hacia adentro, su eco suspende el movimiento inverso de las manecillas del reloj. No hay temor al vacío, los gusanos hacen el camino menos difícil. La silla se mueve, el hombre sonríe mostrando su boca desdentada. De su interior sale una mariposa negra moribunda gritando improperios silenciosos. Afuera… No pasa nada. Al hombre no le importa, siempre ha dejado que el mundo corra y tropiece a sus anchas. Él continúa su propia agonía, la soledad lo acompaña, la muerte se lo está comiendo muerto. La silla no cae. El hombre saca un cigarro y expulsa líneas negras de humo en sus orejas. Tiembla de gozo. La muerte se desespera y mete un mal recuerdo en su cabeza quebrada. Avanza la sombra del hombre hasta él, el reflejo del cuerpo del hombre formado en el espejo profundo de agua decide ahogarse mientras el hombre y su sombra luchan incansables. La sombra vence al hombre al traspasar sus pupilas. El hombre se precipita velozmente al vacío y su sombra se desvanece al hallar un punto de luz. El hombre está vivo. Afuera… Alguien toca la puerta.
Con olor a tierra
Estas palabras las escribí con el olor a tierra de Chiapas, igual por la nostalgia y los aires perdidos en otros sitios. Renombrar el origen, la raíz es más bien una salida, una ventana, una gran puerta para voltear a uno mismo y quizá, sorprederse de lo que Es. No regresar sino mirar y llenarse de punzantes recuerdos convertidos hoy en gritos o susurros dispersos en pretensiosa poesía.
Naturaleza Tropical
Camino de llanos y ríos cruzados,
espacio pajaral de cantos exóticos,
prolóngate en la selva inmutada
virgen de llantos animales.
Anuda en el canto del tucán
tu propio grito,
las manos que gritan,
tus abismos matorrales intactos
y la mirada luna de tus noches.
Suena tu corazón marimba
en el fondo del bambú,
mientras el tecolote mira
hasta el cansancio del presagio.
Paisaje verde líquido
ondea en lo alto tus fragancias,
tus dulces dalias altivas
y el estrellar de tus orquídeas.
Morada tu luz entre bejucos
llena de ojos tus mañanas,
de rojas tardes misteriosas
y de lluvias olor café cacao.
Tierra volcánica memorial,
respira por tus poros la alegría,
cabalga con la soledad a todas partes
hasta expulsarla de tu mundo tropical.
A más de veinte leguas de aire puro,
a un suspiro de cielo,
arraigo mis raíces a tus plantas
y futuro ojos de paraíso.
Temporal poblado de lianas
adorna troncos húmedos,
llena el cáliz de tus montañas
con la savia mineral de tus inviernos.
Al despertar tu sol
emergen mariposas blancas,
colibríes inmóviles en el aire,
bugambilias desprendidas de arcoíris.
Colorea de peces tus paredes invisibles
y alarga tus arroyos de cangrejos,
conquista el mar de oleadas verdes
con el concierto angelical de tu silencio.
Eres frutal de abejas de sabores,
manojo siemprevivo de fragancias,
ventana de miradas ancestrales,
naturaleza tropical de mis orígenes.
Naturaleza Tropical
Camino de llanos y ríos cruzados,
espacio pajaral de cantos exóticos,
prolóngate en la selva inmutada
virgen de llantos animales.
Anuda en el canto del tucán
tu propio grito,
las manos que gritan,
tus abismos matorrales intactos
y la mirada luna de tus noches.
Suena tu corazón marimba
en el fondo del bambú,
mientras el tecolote mira
hasta el cansancio del presagio.
Paisaje verde líquido
ondea en lo alto tus fragancias,
tus dulces dalias altivas
y el estrellar de tus orquídeas.
Morada tu luz entre bejucos
llena de ojos tus mañanas,
de rojas tardes misteriosas
y de lluvias olor café cacao.
Tierra volcánica memorial,
respira por tus poros la alegría,
cabalga con la soledad a todas partes
hasta expulsarla de tu mundo tropical.
A más de veinte leguas de aire puro,
a un suspiro de cielo,
arraigo mis raíces a tus plantas
y futuro ojos de paraíso.
Temporal poblado de lianas
adorna troncos húmedos,
llena el cáliz de tus montañas
con la savia mineral de tus inviernos.
Al despertar tu sol
emergen mariposas blancas,
colibríes inmóviles en el aire,
bugambilias desprendidas de arcoíris.
Colorea de peces tus paredes invisibles
y alarga tus arroyos de cangrejos,
conquista el mar de oleadas verdes
con el concierto angelical de tu silencio.
Eres frutal de abejas de sabores,
manojo siemprevivo de fragancias,
ventana de miradas ancestrales,
naturaleza tropical de mis orígenes.
domingo, 18 de mayo de 2008
Otros textos
He aquí unos textos más. Las palabras son producto de una sensación permanente y muchas veces fluyen sin permiso, las noches se convierten en círculos sombríos o en olas de arcoiris. En fin:
Uno hace algo
Estoy cortando pedazos de manzana
Para remendar mi corazón,
El aire de los libros me sirve
Para vivir decentemente,
No me hace falta el alcohol
Ni el cigarro ni la soledad,
Con fibras de silencio
Construyo poco a poco mis palabras,
¿Será bonito escribir
Que me duelen las rodillas?
Es el frío y la silla y el tiempo,
Es mi mente llena de recuerdos
De páginas heridas que no cierran
Y de cosas absurdas que me ponen intranquilo,
Sigo los consejos de Mozart
De hacer trizas el silencio
Y buscar el arte en algún lado:
En la ventana del cuarto de enfrente,
En la lámpara vieja que anida pájaros
Y alumbra sólo un rincón del edificio contiguo,
En las sombras que traspasan paredes,
En la historia que no hice
O en la vida incompleta que relleno con trocitos de poesía.
Abriendo los ojos
Desperté de un sueño triste, largo,
Con sabores a todos lados de mi piel
Y los ojos mirando el subconsciente,
El día apenas creado por la luz,
La ventana fría y pálida y seria
Reflejaba un tiempo húmedo:
Acababa de llover.
Y vi fantasmas levantarse de las banquetas,
Señoras limpiando el patio,
Perro siguiendo algún olor con el hocico.
Yo estoy hastiado de mañanas sin sabor como esta,
Huída de pájaros dejándola en soledad;
Frente a mi sigue un árbol de jacarandas sin dormir
Con sus flores estacionarias emergiendo de las ramas;
Junto a mi están algunos libros viejos
Muertos de palabras rebuscadas, autobiografías
De superhéroes literarios; no me preocupo por mirarlos,
Se puede vivir sin ellos, sin nada;
Mi primera decisión es mover el cuerpo como si se despegara
Igual que un gato fastidiado en el sofá,
Pero igual que una tortuga, me encuentro en un desierto
Seguro de hallar Agua en el Camino.
Sin dedicatoria
He visto tus brazos perfectos morenos delicados
al sol cuasi costeño en que nacimos,
el viento frente a ti se aquieta silencioso
reverente y envidioso de tu aroma.
Despierto a veces con tus ojos caribes
tu par de lunas eternas
llenan mis nocturnas huellas,
más allá de mi y de ti el mundo sobra,
eres el agua musical caudalosa
la planta breve de la vida,
la estatua de marfil imaginada por dios.
Ávido de palabras cantadas
De días desesperados volando por ti,
en medio de la ciudad estética de piedra,
sale el agua, tu rostro que se pierde de tan dulce
entre los pensamientos y alegres recuerdos.
No es delito concretar mis inquietudes
O mis pesares ocurridos anteriores.
El eclipse se acabó.
Uno hace algo
Estoy cortando pedazos de manzana
Para remendar mi corazón,
El aire de los libros me sirve
Para vivir decentemente,
No me hace falta el alcohol
Ni el cigarro ni la soledad,
Con fibras de silencio
Construyo poco a poco mis palabras,
¿Será bonito escribir
Que me duelen las rodillas?
Es el frío y la silla y el tiempo,
Es mi mente llena de recuerdos
De páginas heridas que no cierran
Y de cosas absurdas que me ponen intranquilo,
Sigo los consejos de Mozart
De hacer trizas el silencio
Y buscar el arte en algún lado:
En la ventana del cuarto de enfrente,
En la lámpara vieja que anida pájaros
Y alumbra sólo un rincón del edificio contiguo,
En las sombras que traspasan paredes,
En la historia que no hice
O en la vida incompleta que relleno con trocitos de poesía.
Abriendo los ojos
Desperté de un sueño triste, largo,
Con sabores a todos lados de mi piel
Y los ojos mirando el subconsciente,
El día apenas creado por la luz,
La ventana fría y pálida y seria
Reflejaba un tiempo húmedo:
Acababa de llover.
Y vi fantasmas levantarse de las banquetas,
Señoras limpiando el patio,
Perro siguiendo algún olor con el hocico.
Yo estoy hastiado de mañanas sin sabor como esta,
Huída de pájaros dejándola en soledad;
Frente a mi sigue un árbol de jacarandas sin dormir
Con sus flores estacionarias emergiendo de las ramas;
Junto a mi están algunos libros viejos
Muertos de palabras rebuscadas, autobiografías
De superhéroes literarios; no me preocupo por mirarlos,
Se puede vivir sin ellos, sin nada;
Mi primera decisión es mover el cuerpo como si se despegara
Igual que un gato fastidiado en el sofá,
Pero igual que una tortuga, me encuentro en un desierto
Seguro de hallar Agua en el Camino.
Sin dedicatoria
He visto tus brazos perfectos morenos delicados
al sol cuasi costeño en que nacimos,
el viento frente a ti se aquieta silencioso
reverente y envidioso de tu aroma.
Despierto a veces con tus ojos caribes
tu par de lunas eternas
llenan mis nocturnas huellas,
más allá de mi y de ti el mundo sobra,
eres el agua musical caudalosa
la planta breve de la vida,
la estatua de marfil imaginada por dios.
Ávido de palabras cantadas
De días desesperados volando por ti,
en medio de la ciudad estética de piedra,
sale el agua, tu rostro que se pierde de tan dulce
entre los pensamientos y alegres recuerdos.
No es delito concretar mis inquietudes
O mis pesares ocurridos anteriores.
El eclipse se acabó.
viernes, 16 de mayo de 2008
Cuento
Este es un cuento pequeño que escribí hace poco y que me atrevo a compartir con ustedes. Gracias por sus opiniones.
Viaje más allá del sueño
Había subido al autobús con la misma tristeza de siempre, aquellos recuerdos malditos que sólo provocaban melancolía en tiempos en que debería estar alegre. La espera había sido larga, aunque él dijera como todos que el tiempo pasa demasiado rápido, los meses lejos de su casa lo desesperaban, tanto, que a cada regreso le nacían las ganas de volver a tomar el autobús y mandar todo al carajo, para qué sirve la vida, sólo para vivirla hasta exprimirle los instantes y no para entristecerse, así sentía, con los pensamientos arraigados a las cosas, si olvidó algo, si le puso llave a la puerta, si dejó el shampoo en el baño…
Su miedo de llegar tarde para tomar el autobús tenía su origen en los sueños de la noche anterior a sus viajes, donde el reloj marcaba una hora después de su salida, despertaba con miedo, con sudor, por eso llegaba a la Terminal, como aquel día, hora y media antes; se sentó en una butaca pintada de rojo y no se aburrió con las repeticiones del televisor ancho y sostenido del techo por una base metálica, lo mismo, puros comerciales de la empresa de la línea de transportes, que los viajes se han diversificado, que el servicio mejoró con asientos más confortables y más películas por corrida, etcétera, algo que le hacía sonreír pues siempre dijo que todos esos eran una bola de mafiosos legales por que, qué van a cambiar los asientos si ni los limpian, y cuáles películas, si al otro día ponen a funcionar las televisiones momentos antes de que termine el recorrido. Faltaban quince para que saliera el autobús y muy poquito para que la operadora de la voz suavecita, pero confusa, los llamara para el andén número equis y abordara el autobús número ye, y como de costumbre, él salía a buscar un baño, tengo que tirar el miedo, susurraba para sí, le tuvo miedo aunque prefería utilizar la palabra respeto, a los viajes largos, conocía a personas que le contaban de tal o cual accidente y recurría a la imaginación para prepararse, no vaya a ser que me toque y pensaba en qué iban a decir en su casa y en la mente le pasaban escenas de gente llorando hipócritamente por él a quien conocían muy poco o nada, por que además a él no le gustaba sincerarse con cualquiera, sus secretos más particulares sólo se los contaba a su hermano mayor y a sus papás, a sus amigos siempre les hablaba cosas inventadas y distintas versiones sobre un mismo hecho, lo que provocaba variados puntos de vista de la gente, pero le valía lo que los otros dijeran, pensaran o inventaran de él, eso lo tenía sin cuidado. Regresó del baño y ya no miró la pantalla con imágenes repetidas de comerciales mentirosos, por un momento vio a la gente, diferentes colores de piel, muchachas guapas, ancianos absorbiendo la soledad, mujeres con la mirada perdida, caras desveladas, preocupados, más personas corriendo para alcanzar el autobús, despedidas que dejaban los ojos tristes y mojados, los besos antes de partir como bendición al que se va y resignación a quien se queda. Oyó la voz de la operadora y esperó a que faltaran cinco minutos para formarse y abordar el camión, mientras tanto, continuaba imaginando los destinos de la gente extranjera y pensaba de dónde vendrán esos, y en el fondo sentía envidia, pues uno de sus sueños de toda la vida había sido recorrer el mundo o al menos toda la tierra sin tener que cruzar ningún océano y eso lo llenaba de coraje por que el tiempo pasaba y él no conocía más allá de Guanajuato, visitó Yucatán y fue un jueves que le alcanzó nada más para asistir a La Serenata que lo cautivó demasiado. Llegó el momento, y después de someter su mochila a una barra negra que nunca había logrado saber qué detectaba por que nunca había visto que encontrara algo, subió al autobús y buscó el asiento número veinticinco, ventanilla, más o menos a la mitad del largo del camión, lo había comprado calculando un posible accidente que él suponía que generalmente son de frente, no tenía ningún dato oficial, pero intuía que era menos probable un golpe de costado y por cualquier cosa, salir por la ventanilla, más rápido que el de al lado, era un ventaja que definía su permanencia en la tierra. El asiento estaba ocupado. Con los buenos modales que presentaba ante las mujeres, le pidió a aquella muchacha que seguía despidiendo a alguien a quien no miró ni le importaba, que él tenía asignado el veinticinco y si le daba permiso de sentarse. La mujer se pasó al veinticuatro, al del pasillo, sin decir nada. Él puso el rostro tan cerca de la ventanilla como si quisiera perforar con los ojos los cristales, observaba detenidamente al cargador de las maletas y le preocupaba que olvidara la suya, no la miró y sin embargo cerró los ojos como para dormirse, no estaba cansado pues casi todo el día se la pasó sin hacer nada, acostado, aunque sin poder dormir por que sus emociones lo impedían, además le costaba dormir cuando viajaba y no le gustaba mucho por que en los asientos, el cuello le dolía, no respiraba bien y hasta le daban pesadillas, por eso cerraba los ojos, más por olvidarse del mundo que por descansar de tanto descanso. Mientras no miraba a nadie, pensaba en cómo irán las cosas por allá, ojala no esté lloviendo cuando llegue, se acordará de mí tal muchacha, qué no hice antes que pueda hacer ahora, si estaremos completos en el pueblo, si esta navidad será igualita que las otras; pero de pronto escuchó una voz que le decía hola y era su compañera de viaje la que le preguntó con más claridad si llevaba algo de tomar, por que ella con las prisas no había comprado nada. Ella se llamaba Yazmín, él le dijo su nombre, estudias, trabajas o qué haces en tu vida, para dónde vas, ah qué bonito, me han contado que es un lugar muy bello, por caballerosidad no le preguntó cuántos años tenía, yo viajo muy seguido, hablaron de amor, de las nuevas series televisivas, esa película me encantó sobre todo el final, él habló sobre la publicación de su primer libro en una editorial que ella dijo que no conocía, le comentó su preocupación por la cultura, por el rescate de las tradiciones y sus aficiones por la historia de su estado, charlaban con emoción. Él, marcaba sus coincidencias alargando sus discursos y metaforeando de vez en vez, Ella, sonreía con mucha regularidad y hacía muy bien los cambios de tema, incluso contó parte de su vida, cuando murió mi papá yo también quería morirme, él hacía más melancólico el asunto y ella continuaba, son de las cosas que te dejan huella para siempre. La muchacha se sonrojaba con algunas frases de él, lo miraba con tanta confianza como si lo conociera de años; él se sentía cómodo, cuando se daba cuenta de lo denso de sus comentarios, le cedía la palabra a ella, la miraba como si fuera otra, una distinta a la simple muchacha de al lado que ocupó al principio su lugar, dedujo la suavidad de su piel morena , sus labios eran rojitos naturales y los ligeros rayitos de su cabello le iban muy bien, él estaba absorto y le gustaba que ella sonriera, aprovechaba cualquier pretexto para decir algunas de sus ocurrencias que terminaban haciendo reír a los dos. Ya eran las tres de la mañana cuando él, tímido para cosas sentimentales, le preguntó si tenía novio y ella respondió que no. Ella estaba casada. Él intentó disimular los efectos de la respuesta de ella y quiso demostrarse que no pasaba nada, y por qué me tiene qué pasar, decía para sí mismo, si apenas la conozco. Yazmín pudo ver más allá de los ojos de él, al fondo de sus retinas, con las habilidades heredadas de su madre que se dedicaba a la magia blanca, y descubrió pequeñas líneas de desilusión, y luego, le habló de su matrimonio, que se casó por necesidad más que por amor. Dejaron de hablar cuando el reloj digital al frente del autobús marcaba las 3:40, él se volteó hacia la ventana y ella seguía mirando sin mirar el reloj, ambos no podían dormir pero ya no se dijeron nada, él se hacía que soñaba y de tanto en tanto, la musiquita de antaño del chofer lo llevó al sueño y ya no tuvo tiempo de pensar en el dolor de cuello ni en las pesadillas. Ella lo miró con ternura y cuando la cabeza de él se puso en su hombro, lo abrazó y lo besó hasta las primeras luces del alba, mientras tanto, él soñaba que besaba a ella en un campo de flores violetas, rodeado de mariposas blancas con el 88 pintado en sus alas, hasta que ella se despedía corriendo por una vereda a la que no se le veía el fin. Él despertó como a las siete de la mañana, y dentro de un taxi que partía para quién sabe dónde, ella le daba el adiós con las manos.
Viaje más allá del sueño
Había subido al autobús con la misma tristeza de siempre, aquellos recuerdos malditos que sólo provocaban melancolía en tiempos en que debería estar alegre. La espera había sido larga, aunque él dijera como todos que el tiempo pasa demasiado rápido, los meses lejos de su casa lo desesperaban, tanto, que a cada regreso le nacían las ganas de volver a tomar el autobús y mandar todo al carajo, para qué sirve la vida, sólo para vivirla hasta exprimirle los instantes y no para entristecerse, así sentía, con los pensamientos arraigados a las cosas, si olvidó algo, si le puso llave a la puerta, si dejó el shampoo en el baño…
Su miedo de llegar tarde para tomar el autobús tenía su origen en los sueños de la noche anterior a sus viajes, donde el reloj marcaba una hora después de su salida, despertaba con miedo, con sudor, por eso llegaba a la Terminal, como aquel día, hora y media antes; se sentó en una butaca pintada de rojo y no se aburrió con las repeticiones del televisor ancho y sostenido del techo por una base metálica, lo mismo, puros comerciales de la empresa de la línea de transportes, que los viajes se han diversificado, que el servicio mejoró con asientos más confortables y más películas por corrida, etcétera, algo que le hacía sonreír pues siempre dijo que todos esos eran una bola de mafiosos legales por que, qué van a cambiar los asientos si ni los limpian, y cuáles películas, si al otro día ponen a funcionar las televisiones momentos antes de que termine el recorrido. Faltaban quince para que saliera el autobús y muy poquito para que la operadora de la voz suavecita, pero confusa, los llamara para el andén número equis y abordara el autobús número ye, y como de costumbre, él salía a buscar un baño, tengo que tirar el miedo, susurraba para sí, le tuvo miedo aunque prefería utilizar la palabra respeto, a los viajes largos, conocía a personas que le contaban de tal o cual accidente y recurría a la imaginación para prepararse, no vaya a ser que me toque y pensaba en qué iban a decir en su casa y en la mente le pasaban escenas de gente llorando hipócritamente por él a quien conocían muy poco o nada, por que además a él no le gustaba sincerarse con cualquiera, sus secretos más particulares sólo se los contaba a su hermano mayor y a sus papás, a sus amigos siempre les hablaba cosas inventadas y distintas versiones sobre un mismo hecho, lo que provocaba variados puntos de vista de la gente, pero le valía lo que los otros dijeran, pensaran o inventaran de él, eso lo tenía sin cuidado. Regresó del baño y ya no miró la pantalla con imágenes repetidas de comerciales mentirosos, por un momento vio a la gente, diferentes colores de piel, muchachas guapas, ancianos absorbiendo la soledad, mujeres con la mirada perdida, caras desveladas, preocupados, más personas corriendo para alcanzar el autobús, despedidas que dejaban los ojos tristes y mojados, los besos antes de partir como bendición al que se va y resignación a quien se queda. Oyó la voz de la operadora y esperó a que faltaran cinco minutos para formarse y abordar el camión, mientras tanto, continuaba imaginando los destinos de la gente extranjera y pensaba de dónde vendrán esos, y en el fondo sentía envidia, pues uno de sus sueños de toda la vida había sido recorrer el mundo o al menos toda la tierra sin tener que cruzar ningún océano y eso lo llenaba de coraje por que el tiempo pasaba y él no conocía más allá de Guanajuato, visitó Yucatán y fue un jueves que le alcanzó nada más para asistir a La Serenata que lo cautivó demasiado. Llegó el momento, y después de someter su mochila a una barra negra que nunca había logrado saber qué detectaba por que nunca había visto que encontrara algo, subió al autobús y buscó el asiento número veinticinco, ventanilla, más o menos a la mitad del largo del camión, lo había comprado calculando un posible accidente que él suponía que generalmente son de frente, no tenía ningún dato oficial, pero intuía que era menos probable un golpe de costado y por cualquier cosa, salir por la ventanilla, más rápido que el de al lado, era un ventaja que definía su permanencia en la tierra. El asiento estaba ocupado. Con los buenos modales que presentaba ante las mujeres, le pidió a aquella muchacha que seguía despidiendo a alguien a quien no miró ni le importaba, que él tenía asignado el veinticinco y si le daba permiso de sentarse. La mujer se pasó al veinticuatro, al del pasillo, sin decir nada. Él puso el rostro tan cerca de la ventanilla como si quisiera perforar con los ojos los cristales, observaba detenidamente al cargador de las maletas y le preocupaba que olvidara la suya, no la miró y sin embargo cerró los ojos como para dormirse, no estaba cansado pues casi todo el día se la pasó sin hacer nada, acostado, aunque sin poder dormir por que sus emociones lo impedían, además le costaba dormir cuando viajaba y no le gustaba mucho por que en los asientos, el cuello le dolía, no respiraba bien y hasta le daban pesadillas, por eso cerraba los ojos, más por olvidarse del mundo que por descansar de tanto descanso. Mientras no miraba a nadie, pensaba en cómo irán las cosas por allá, ojala no esté lloviendo cuando llegue, se acordará de mí tal muchacha, qué no hice antes que pueda hacer ahora, si estaremos completos en el pueblo, si esta navidad será igualita que las otras; pero de pronto escuchó una voz que le decía hola y era su compañera de viaje la que le preguntó con más claridad si llevaba algo de tomar, por que ella con las prisas no había comprado nada. Ella se llamaba Yazmín, él le dijo su nombre, estudias, trabajas o qué haces en tu vida, para dónde vas, ah qué bonito, me han contado que es un lugar muy bello, por caballerosidad no le preguntó cuántos años tenía, yo viajo muy seguido, hablaron de amor, de las nuevas series televisivas, esa película me encantó sobre todo el final, él habló sobre la publicación de su primer libro en una editorial que ella dijo que no conocía, le comentó su preocupación por la cultura, por el rescate de las tradiciones y sus aficiones por la historia de su estado, charlaban con emoción. Él, marcaba sus coincidencias alargando sus discursos y metaforeando de vez en vez, Ella, sonreía con mucha regularidad y hacía muy bien los cambios de tema, incluso contó parte de su vida, cuando murió mi papá yo también quería morirme, él hacía más melancólico el asunto y ella continuaba, son de las cosas que te dejan huella para siempre. La muchacha se sonrojaba con algunas frases de él, lo miraba con tanta confianza como si lo conociera de años; él se sentía cómodo, cuando se daba cuenta de lo denso de sus comentarios, le cedía la palabra a ella, la miraba como si fuera otra, una distinta a la simple muchacha de al lado que ocupó al principio su lugar, dedujo la suavidad de su piel morena , sus labios eran rojitos naturales y los ligeros rayitos de su cabello le iban muy bien, él estaba absorto y le gustaba que ella sonriera, aprovechaba cualquier pretexto para decir algunas de sus ocurrencias que terminaban haciendo reír a los dos. Ya eran las tres de la mañana cuando él, tímido para cosas sentimentales, le preguntó si tenía novio y ella respondió que no. Ella estaba casada. Él intentó disimular los efectos de la respuesta de ella y quiso demostrarse que no pasaba nada, y por qué me tiene qué pasar, decía para sí mismo, si apenas la conozco. Yazmín pudo ver más allá de los ojos de él, al fondo de sus retinas, con las habilidades heredadas de su madre que se dedicaba a la magia blanca, y descubrió pequeñas líneas de desilusión, y luego, le habló de su matrimonio, que se casó por necesidad más que por amor. Dejaron de hablar cuando el reloj digital al frente del autobús marcaba las 3:40, él se volteó hacia la ventana y ella seguía mirando sin mirar el reloj, ambos no podían dormir pero ya no se dijeron nada, él se hacía que soñaba y de tanto en tanto, la musiquita de antaño del chofer lo llevó al sueño y ya no tuvo tiempo de pensar en el dolor de cuello ni en las pesadillas. Ella lo miró con ternura y cuando la cabeza de él se puso en su hombro, lo abrazó y lo besó hasta las primeras luces del alba, mientras tanto, él soñaba que besaba a ella en un campo de flores violetas, rodeado de mariposas blancas con el 88 pintado en sus alas, hasta que ella se despedía corriendo por una vereda a la que no se le veía el fin. Él despertó como a las siete de la mañana, y dentro de un taxi que partía para quién sabe dónde, ella le daba el adiós con las manos.
jueves, 15 de mayo de 2008
Aportación propia
Estas son algunas palabras que escribí y que posiblemente tengan poco de poesía, sin embargo, las letras en conjunto dicen más que uno. Es algo como una carta de amor en la que quizá no se aterrice en nada. La dedicatoria es: Para una mujer desconocida.
Palabras escritas sin receta
Nuevamente la hoja en blanco
Con su blanca cara diciendo algo,
No sé, talvez la imposibilidad de mirarte,
Las ganas de encontrar alguna buena frase
una secuencia de palabras que resuma la esencia de tu ser;
pero suele suceder que es una fantasía,
otro logro a medias que vislumbran mis sueños,
(aunque no me guste la palabra vislumbrar);
la noche de hoy es abismalmente silenciosa
y no tengo nada de mí con qué nombrarte
ni una línea de luz
o algo para llegar hasta donde estás;
y luego surge la poesía
con la ola de recuerdos y de sueños que acarrea
y se lleva a uno, lo arrastra,
utiliza mis manos para dibujarte con signos,
estamos lejos, lo sabes,
este es un rencor que traigo contra nadie
porque nadie, mas que yo y un poco el destino,
somos quienes interrumpimos esta idea,
la única idea de amarte;
hasta el momento creo haber perdido algo de romanticismo
o la poesía me esté dando la espalda,
pero a estas alturas nada de eso importa
me olvido de las rimas, de las cacofonías
y hasta me río de ellas en silencio
poco me interesa
solo busco alguna buena frase
que te haga sonreír pese a la distancia
y sabes, tampoco me preocupo por las comas,
es más, no pienso detenerme en ningún punto,
date cuenta que te escribo
al menos por un ligero presagio,
con el gato que se subió a la alacena y tiró los panes
o los pájaros que cuchichean en el árbol cerca de tu cuarto,
pon tus oídos cerca de la almohada para escucharme,
intenta pensar en nada y quizá me encuentres;
te mereces más y no deberías soportar estos cambios de ritmo
que a mí mismo me parecen ridículos,
siempre he tenido miedo de ser cursi
y creo que estoy cayendo en su juego de palabras,
ellas me traicionan y en vez de construir
me van aniquilando poco a poco
me desvanecen cuanto más las escucho,
quisiera además encontrar alguna música
pero mi lado eternamente pesimista
se hastía de decirme que no podré,
entonces, no sé como llegar,
con dios ya no nos llevamos muy bien
pero talvez él te diga algo
o no sé, un sueño con quince segundos donde aparezca en escena
o un libro interrumpido
por dos o tres letras mías...
El día que se acaba
El día envejece,
Trato de dibujar, mientras tanto,
Algunas letras entendibles,
Simples, letras cualquiera,
Que digan algo o nada
Sobre la vida, la mesa,
El dinero, un libro,
Un canto en algún rincón,
Sonetos huracanados
Fotos olvidadas
Que dicen más que yo,
Cosas del pasado
Que inventamos,
Un sueño premeditado
El mañana incierto y frío,
El desayuno, la gente,
Los radios a todo volumen,
Los árboles callados
Un libro callado
Una mirada desabrida
Una mujer papel
O el ajedrez desaparecido.
La vida es tan simple,
Llena de puertas secretas
De corazones abandonados
Recorriendo las calles,
De poetas con bocas en las manos,
De animales que sufren
Gatos sentimentales
Y tecolotes amargados.
El tiempo es un constante girar
Un viento que envejece
Una cosa que oxida
Y oscurece y mata.
La mujer de allá
Con la mujer de allá
Me hice de otra vida
Una menos miserable,
Tiene los ojos dulces
Todas las noches
De oscura soledad,
De gritos de fantasmas
De maullidos de gatos.
Con la mujer de allá
Dormí alegre y desperté
El peor de mis días sonriendo,
Construí versos escudo
Cuentos espada
Y me puse a vivir.
Sin Ella, las tardes
Eran solo pájaros escondidos
Cielos a punto de oscurecer,
Conversaciones triviales
Horas desgastadas,
Hoy, son nubes café
Y vida y poesía.
Pero Ella sigue allá
Hay tanto aire entre nosotros,
Mucha basura,
Tantas noches
Y miradas y versos,
Y son tantos,
Que resulta
Una catástrofe
Intentar describirlos
En estas pocas letras.
Palabras escritas sin receta
Nuevamente la hoja en blanco
Con su blanca cara diciendo algo,
No sé, talvez la imposibilidad de mirarte,
Las ganas de encontrar alguna buena frase
una secuencia de palabras que resuma la esencia de tu ser;
pero suele suceder que es una fantasía,
otro logro a medias que vislumbran mis sueños,
(aunque no me guste la palabra vislumbrar);
la noche de hoy es abismalmente silenciosa
y no tengo nada de mí con qué nombrarte
ni una línea de luz
o algo para llegar hasta donde estás;
y luego surge la poesía
con la ola de recuerdos y de sueños que acarrea
y se lleva a uno, lo arrastra,
utiliza mis manos para dibujarte con signos,
estamos lejos, lo sabes,
este es un rencor que traigo contra nadie
porque nadie, mas que yo y un poco el destino,
somos quienes interrumpimos esta idea,
la única idea de amarte;
hasta el momento creo haber perdido algo de romanticismo
o la poesía me esté dando la espalda,
pero a estas alturas nada de eso importa
me olvido de las rimas, de las cacofonías
y hasta me río de ellas en silencio
poco me interesa
solo busco alguna buena frase
que te haga sonreír pese a la distancia
y sabes, tampoco me preocupo por las comas,
es más, no pienso detenerme en ningún punto,
date cuenta que te escribo
al menos por un ligero presagio,
con el gato que se subió a la alacena y tiró los panes
o los pájaros que cuchichean en el árbol cerca de tu cuarto,
pon tus oídos cerca de la almohada para escucharme,
intenta pensar en nada y quizá me encuentres;
te mereces más y no deberías soportar estos cambios de ritmo
que a mí mismo me parecen ridículos,
siempre he tenido miedo de ser cursi
y creo que estoy cayendo en su juego de palabras,
ellas me traicionan y en vez de construir
me van aniquilando poco a poco
me desvanecen cuanto más las escucho,
quisiera además encontrar alguna música
pero mi lado eternamente pesimista
se hastía de decirme que no podré,
entonces, no sé como llegar,
con dios ya no nos llevamos muy bien
pero talvez él te diga algo
o no sé, un sueño con quince segundos donde aparezca en escena
o un libro interrumpido
por dos o tres letras mías...
El día que se acaba
El día envejece,
Trato de dibujar, mientras tanto,
Algunas letras entendibles,
Simples, letras cualquiera,
Que digan algo o nada
Sobre la vida, la mesa,
El dinero, un libro,
Un canto en algún rincón,
Sonetos huracanados
Fotos olvidadas
Que dicen más que yo,
Cosas del pasado
Que inventamos,
Un sueño premeditado
El mañana incierto y frío,
El desayuno, la gente,
Los radios a todo volumen,
Los árboles callados
Un libro callado
Una mirada desabrida
Una mujer papel
O el ajedrez desaparecido.
La vida es tan simple,
Llena de puertas secretas
De corazones abandonados
Recorriendo las calles,
De poetas con bocas en las manos,
De animales que sufren
Gatos sentimentales
Y tecolotes amargados.
El tiempo es un constante girar
Un viento que envejece
Una cosa que oxida
Y oscurece y mata.
La mujer de allá
Con la mujer de allá
Me hice de otra vida
Una menos miserable,
Tiene los ojos dulces
Todas las noches
De oscura soledad,
De gritos de fantasmas
De maullidos de gatos.
Con la mujer de allá
Dormí alegre y desperté
El peor de mis días sonriendo,
Construí versos escudo
Cuentos espada
Y me puse a vivir.
Sin Ella, las tardes
Eran solo pájaros escondidos
Cielos a punto de oscurecer,
Conversaciones triviales
Horas desgastadas,
Hoy, son nubes café
Y vida y poesía.
Pero Ella sigue allá
Hay tanto aire entre nosotros,
Mucha basura,
Tantas noches
Y miradas y versos,
Y son tantos,
Que resulta
Una catástrofe
Intentar describirlos
En estas pocas letras.
Sobre Sabines
Jaime Sabines, poeta chiapaneco nacido en Tuxtla Gutiérrez en 1926. Escritor descarnado que tiraba a matar con sus palabras, poeta directo sin revestimientos pero de una intensidad poco frecuente. Sabines fue uno de mis primeros descrubrimientos en la poesía, las palabras coloquiales alcanzan su clímax literario si se le conduce sin temor, con claridad y desde luego, con una gran tradición poética (es decir Neruda, Huidobro, Walt Whitman, etc) como la tuvo él. He aquí unos poemas que más me gustan de su autoría y espero que también ustedes puedan acercarse un poco más a sus obras.
Los amorosos
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso,
el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor.
Les preocupa el amor.
Los amorosos viven al día,
no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojosy les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,sin Dios y sin diablo.
Los amorosos son locos, sólo locos,sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan,
lloran hasta la madrugadaen que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
Me doy cuenta de que me faltas
Me doy cuenta de que me faltas
y de que te busco entre las gentes, en el ruido,
pero todo es inútil.
Cuando me quedo solo
me quedo más solo
solo por todas partes y por ti y por mí.
No hago sino esperar.
Esperar todo el día hasta que no llegas.
Hasta que me duermo
y no estás y no has llegado
y me quedo dormido
y terriblemente cansado
preguntando.
Amor, todos los días.
Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.
Puedes empezar a leer esto
y cuando llegues aquí empezar de nuevo.
Cierra estas palabras como un círculo,
como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.
Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,
en mi garganta como moscas en un frasco.
Yo estoy arruinado.
Estoy arruinado de mis huesos,
todo es pesadumbre.
Me dueles
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Entre los escombros de mi alma,
Entre los escombros de mi alma,
búscame, escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad de rostro, qué ternura
¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame,
recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.
Para el Viejo Bukowski
Una manera bastante sencilla (no por eso de menor calidad) de acercarse a la poesía es leyendo a poetas como Charles Bukowski. En la red hay un mundo de poemas de su autoría, un legado al que debemos acercarnos sin el menor temor puesto que Buko creaba sus frases a partir de la realidad misma, en un camino donde parecía esfumarse la belleza, pero que en su conjunto, son de una calidad y belleza que resalta. Les dejo una probadita de este escritor polémico nacido en Alemania pero que vivió desde su infancia en los Estados Unidos de América.
Vivir de cubos de basura
El viento sopla fuerte esta noche
Y es viento frío
Y pienso en los chicos
De la calle.
Espero que algunos tengan
Una botella de tinto.
Cuando estás en la calle
Es cuando te das cuenta de que
Todo Tiene dueño
Y de que hay cerrojos enTodo.
Así es como funciona la democracia:
Coges lo que puedes,
Intentas conservarlo
Y añadir algo
Si es posible.
Así es también como funciona
La dictadura
Sólo que una esclaviza
Y la otra destruye a sus
Desheredados.
Nosotros simplemente nos olvidamos
De los nuestros.
En cualquier caso
Es un viento Fuerte
Y frío.
Arte
Y es viento frío
Y pienso en los chicos
De la calle.
Espero que algunos tengan
Una botella de tinto.
Cuando estás en la calle
Es cuando te das cuenta de que
Todo Tiene dueño
Y de que hay cerrojos enTodo.
Así es como funciona la democracia:
Coges lo que puedes,
Intentas conservarlo
Y añadir algo
Si es posible.
Así es también como funciona
La dictadura
Sólo que una esclaviza
Y la otra destruye a sus
Desheredados.
Nosotros simplemente nos olvidamos
De los nuestros.
En cualquier caso
Es un viento Fuerte
Y frío.
Arte
Cuando el
Espíritu
Se desvanece
Aparece
La Forma.
Consejo amistoso a un montón de jóvenes
Espíritu
Se desvanece
Aparece
La Forma.
Consejo amistoso a un montón de jóvenes
Id al Tibet
montad en camello.
Leed la Biblia
teñid vuestros zapatos de azul.
dejaos la barba.
dad la vuelta al mundo en una canoa de papel
suscribios al Saturday Evening Post
Masticad sólo por el lado izquierdo de la boca
casaos con una mujer que tenga una sola pierna
y afeitaos con navaja
y grabad vuestro nombre en el brazo de ella
lavaos los dientes con gasolina
dormid todo el día y trepad a los árboles por la noche.
sed monjes y bebed perdigones y cerveza.
mantened la cabeza bajo el agua y tocad el violín
bailad la danza del vientre delante de velas rosas
matad a vuestro perrop
resentaos al Alcalde
vivid en un barril
partios la cabeza con un hacha
plantad tulipanes bajo la lluvia.
Pero no escribáis poesía.
El genio de la multitud
hay suficiente traición, odio, violencia e idiotez en
/ el hombre
promedio como para proveer cualquier ejército
/ cualquiera de estos días
y lo mejor del crimen son aquellos que predican en
/ su contra
y lo mejor del odio son aquellos que predican amor
y lo mejor de la guerra son finalmente aquellos que
/ predican la paz
aquellos que predican a dios, lo necesitan
aquellos que predican la paz no están en paz
aquellos que predican la paz no son amados
cuidado con los predicadores
cuidado con los conocedores
cuidado con aquellos que siempre están leyendo
/ libros
cuidado con aquellos que odian la pobreza
o los enorgullece
cuidado con aquellos que elogian de buenas a
/ primeras
porque a la vuelta buscan el elogio
cuidado con aquellos que censuran de buenas a
/ primeras
le tienen miedo a lo que desconocen
cuidado con aquellos que están en busca de fieles
/ multitudes porque
solos son nada
cuidado con el hombre promedio con la mujer
/ promedio
cuidado con su amor, pues su amor es promedio
persigue lo promedio
pero hay genio en su odio
hay suficiente genio en su odio como para matarte
o matar a cualquiera
sin querer soledad
sin comprender la soledad
intentarán destruir todo
aquello que difiera de lo suyo
sin ser capaces de hacer arte
no entenderán el arte
tomarán su fracaso de creadores
como si sólo fuera un fracaso del mundo
sin ser capaces de amar a plenitud
pensarán que tu amor es incompleto
y luego te odiarán
y habrán de ser perfectos en su odio
como un diamante reluciente
como un cuchillo
como una montaña
como un tigre
como cicuta
su mejor arte.
montad en camello.
Leed la Biblia
teñid vuestros zapatos de azul.
dejaos la barba.
dad la vuelta al mundo en una canoa de papel
suscribios al Saturday Evening Post
Masticad sólo por el lado izquierdo de la boca
casaos con una mujer que tenga una sola pierna
y afeitaos con navaja
y grabad vuestro nombre en el brazo de ella
lavaos los dientes con gasolina
dormid todo el día y trepad a los árboles por la noche.
sed monjes y bebed perdigones y cerveza.
mantened la cabeza bajo el agua y tocad el violín
bailad la danza del vientre delante de velas rosas
matad a vuestro perrop
resentaos al Alcalde
vivid en un barril
partios la cabeza con un hacha
plantad tulipanes bajo la lluvia.
Pero no escribáis poesía.
El genio de la multitud
hay suficiente traición, odio, violencia e idiotez en
/ el hombre
promedio como para proveer cualquier ejército
/ cualquiera de estos días
y lo mejor del crimen son aquellos que predican en
/ su contra
y lo mejor del odio son aquellos que predican amor
y lo mejor de la guerra son finalmente aquellos que
/ predican la paz
aquellos que predican a dios, lo necesitan
aquellos que predican la paz no están en paz
aquellos que predican la paz no son amados
cuidado con los predicadores
cuidado con los conocedores
cuidado con aquellos que siempre están leyendo
/ libros
cuidado con aquellos que odian la pobreza
o los enorgullece
cuidado con aquellos que elogian de buenas a
/ primeras
porque a la vuelta buscan el elogio
cuidado con aquellos que censuran de buenas a
/ primeras
le tienen miedo a lo que desconocen
cuidado con aquellos que están en busca de fieles
/ multitudes porque
solos son nada
cuidado con el hombre promedio con la mujer
/ promedio
cuidado con su amor, pues su amor es promedio
persigue lo promedio
pero hay genio en su odio
hay suficiente genio en su odio como para matarte
o matar a cualquiera
sin querer soledad
sin comprender la soledad
intentarán destruir todo
aquello que difiera de lo suyo
sin ser capaces de hacer arte
no entenderán el arte
tomarán su fracaso de creadores
como si sólo fuera un fracaso del mundo
sin ser capaces de amar a plenitud
pensarán que tu amor es incompleto
y luego te odiarán
y habrán de ser perfectos en su odio
como un diamante reluciente
como un cuchillo
como una montaña
como un tigre
como cicuta
su mejor arte.
Nostalgia
Presentación
Esta primera aproximación puede resultar inclasificable. Ante todo, bienvenidos a éste su blog, que pretende acercarnos a las letras sin restricciones. Escribir es una bella forma de ejercer la libertad, de imaginar e inventar nuevos horizontes frente a una realidad que se nos presenta tan difícil.
Lo fresco de las letras viene después de remontarme un poco a mi lugar de origen, a mi estado "Chiapas". Un poco de todo, espero les guste. Iniciaré sin más preámbulo, publicando unas palabras nostálgicas que surgen de no estar en este momento en casa, con gente con la cual he compartido la mayor parte de mi historia. No es un cuento, ni poema, pero mucho significa para mí. Un saludo para todos los de Unión Juárez, en Santo Domingo, uno de varios lugares de clima agradable que existen en el Sureste. Con gusto leeré sus opiniones.
Una tierra muy lejana
Tan lejana que supera los mil kilómetros de carretera. Es una tierra florida de paisajes vivos y armoniosos, de clima templado con ligeros aires frescos en diciembre; los colores tropicales de las plantas con sus frutos; el sonido de pájaros, del agua, que son música de tonos perfectos. Las flores en los corredores de las casas, hojas grandes que caen de los techos, arbustos escalando paredes, pastos habitando a las orillas de las calles…La mucha distancia a la que me encuentro en este instante, acarrea recuerdos y la melancolía surge primero de manera intermitente y luego ya no sé ni cómo hacer para que se vaya. En el fondo puede tener su lado positivo, talvez así pueda trasladarme en esta misma noche al pueblo donde nací: Santo Domingo.
Y logro mirar el cielo abundante de estrellas, unas caen, parpadean y otras más parece que tuvieran fija la mirada por que no tiritan; el tiempo, lleva en su transcurrir los maullidos de los perros recostados sobre las piedras de las calles, el misterio de los gatos que miran a través de las rendijas de las casas, y luego, el silencio, que provoca mirarse a uno mismo, solo, parado a mitad de un patio y con los moscos consumiéndole la sangre. El viento golpea suave sobre la piel que parece transparente; a veces se escucha la caída de un mango o el aleteo de un pájaro que se acomoda para dormir. Los grillos armonizan con las voces de las ranas un concierto nocturno, que parece ceremonia para encontrarse pronto con el sueño. La noche muere poco a poco, la oscuridad es el único escenario donde el personaje principal ha sido vencido en una hamaca sostenida por un par de cocoteros.
El gallo colorado despierta y canta para anunciar el alba. Uno despierta y a primera vista se encuentra con el gran volcán del Sur, imponente, más grande que lo que alcanza la mirada, ahí está, de frente, hasta que llega el momento en que nacen los reproches contra el destino porque no se tienen alas para volar hasta él. Después, viene el momento de preparar café y vestirse para iniciar el camino al campo, donde habrá siempre algo nuevo, una fruta que nace, otro nido de loros y tucanes, una ardilla que corre entre las ramas, un cangrejo gigante que no camina para atrás, ríos que inventan nuevos brazos, una tortuga perdida en la vereda, los primeros cafetos pintados de rojo, los árboles moviéndose al son de la marimba, los ojos que miran todo por primera vez, la vida misma que recobra su sentido.
La tarde es el momento en que el sol se esparce en líneas rojizas y va cediendo el espacio celestial a las estrellas y la luna. Y uno vuelve a deleitarse con otra taza de café para esperar la noche, y retrocede un poco de su historia para compartirla con otro. Y otra vez, viene el tiempo de sentir los aires de la noche a mitad del patio, ahí donde espera una hamaca movida ligeramente por los aires tropicales y después viajar a la otra vida de sueño y reencontrar a la mañana siguiente, la frescura de la vida.
Y yo sigo aquí, en mi cuarto, encerrado, tratando de alejar los recuerdos que se convierten lentamente en lágrimas de aire, en palabras como hormigas que caminan dentro de mí. Las ganas de estar en ningún lado me han orillado a mirar detenidamente la luna para que refleje en una de sus tantas caras a mi pueblo y acabe con esos más de mil kilómetros de carretera.
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