martes, 17 de junio de 2008

Recuerdo de mi desgracia


Trabajé duro desde temprano. Era sábado. No desayuné y terminé hasta las dos de la tarde. Guardé mi camisa sucia en el morral, también metí unas naranjas y unos chiles. Quería bañarme para refrescar mi cuerpo y disminuir un poco mi cansancio. Bajé hasta una cascada, cerca de ahí. A pesar de caminar durante muchos años por esas mismas veredas temía resbalar en las piedras lisas y la tierra repleta de musgos. Iba con mucho cuidado sosteniéndome a ratos en arbustos y ramas de plantas de café. A veces caía una piedra y me detenía a escuchar su descenso, sus golpes al chocar con otras más grandes. Sudaba. Miré por fin la columna blanca de agua cayendo de un peñasco. Aquello parecía una cueva de vapores eternos, de tierra negrísima, verdes intensos y sonidos confusos de pájaros. Tiré mi costal en el suelo y me senté a descansar y admirar la cascada. Siempre sufría las mismas sensaciones de sorpresa y alegría en tanto contemplaba asombrado el paisaje. Fue en esos instantes cuando percibí un fuerte sonido en mi oído izquierdo como el que se escucha en las conchas de los caracoles. Luego sentí a alguien acercarse. Sin permitir darme la vuelta, una mujer se colocó delante de mí. Era la Catalina, mi difunta vecina, había muerto en ese mismo lugar hacía un par de años por el mes de Mayo mientras se dirigía a acarrear agua. Yo mismo ayudé a sacar su cuerpo tieso del barranco.
—Buenas tardes, Ranulfo –Dijo
Yo, después de luchar desesperado con mi garganta para decir algo, contesté:
—Buenas.
Ella cargaba un cántaro en la cabeza y en uno de sus hombros llevaba una toalla bastante desgastada, su cara tenía un color pálido-verdoso, brillaban sus cabellos y su largo vestido impedía mirarle los pies. Solo me miraba clavándome sus ojos de gato. Tuve que hablarle para huir de su mirada.
—Usted de dónde es…
—Vivo lejísimos, pasaría toda su vida caminando para llegar ¿Quiere ir conmigo?
—No- respondí asustado, y proseguí- ¿Para qué?
—Talvez ya sea su hora- dijo despacio e insistió- ¿Quiere venir?
Iba a contestarle nuevamente pero desapareció de mi vista. Sentí otra vez el sonido como un montón de grillos cantando en mis oídos. Quedé inmóvil. Después de un gran esfuerzo por moverme pude mirar hacia atrás, no había nadie. Sentí frío y pensé que todo había sido un mal sueño. Se hizo un silencio profundo en todas partes. Vientos fuertes comenzaron a menear los árboles, el cielo fue tornándose gris y la lluvia apareció con sus primeras gotas gordas. Aún con el viento y la lluvia, yo seguía en aquel estado de ensimismamiento hasta que una bandada de cotorras buscando su nido me devolvió a la realidad. Creí ser el más cobarde de los hombres y desenvainé mi machete golpeándolo contra las piedras, desafiando a la muerte, invocando a Catalina para hacerla pedazos y regresarla a su tumba. Al levantar una de tantas veces el machete vi una gran luz partiendo el cielo, metiéndose como una serpiente sin carnes a través de mis manos.
De ahí, ya no supe nada. Me he enterado por señas y porque alguien lo ha escrito, que me encontraron tirado como a las once de la noche, seguía lloviendo a chorros y el cielo no dejaba de disparar sus latigazos luminosos; subieron mi cuerpo en un caballo y me trajeron, inconsciente. Todo por mi compadre Braulio, al visitarme como de costumbre para tomar juntos el café y platicar de las vivencias de antaño, halló a mi mujer llorando, preocupada, y corrió a avisar a los vecinos mi desgracia. Pensaron que moriría, pero logré vivir aunque ya no escucho ni el morder de mis tortillas. Antes gustaba mucho del silencio, pero también hostiga como cualquier dulce sabroso.
Estoy solo, mi mujercita se me adelantó. Con ella nada más con señas nos decíamos las cosas, no sabía leer. Me aguantó mucho, por eso Dios se la llevó a descansar más pronto. Viene a visitarme la mujer de Braulio, es muy buena, me regala comida y me lava la ropa. Le he dicho en mis ratos de tristeza, que me deje pudrir entre estas tablas que me sirven de paredes.
Ya es de madrugada, todavía está muy oscuro. Llueve. Yo solo imagino el tintineo de la lluvia sobre el tejado y el sonido del vaivén de mi butaca. Es tiempo de dormir, de soñar, deliciosa vida donde todavía escucho y en la que pronto viviré para siempre.

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