Instante de soledad
Callado, como nunca. Callado, como todos los días. Las venas están secas y caen en forma de hilos de la carne. Los ojos grises llorosos permanecen oscuros. La luz proyecta la sombra del hombre y la silla raquítica que no soporta el peso de nadie. El foco poco a poco se apaga y gira hacia los rincones del cuarto esférico. El hombre mantiene el rostro serio, los cabellos le cuelgan a la altura del hombro, su nariz blanca resalta invadida de sombras brillantes. La ventana es extremadamente pequeña, suficiente para que no pase un solo camello. Afuera no hay nada. Los ojos del hombre se cierran por completo, para mirarse. Hay un espejo de agua en el piso cubriendo totalmente el cuarto. El espejo tiene una profundidad incalculable. El hombre grita hacia adentro, su eco suspende el movimiento inverso de las manecillas del reloj. No hay temor al vacío, los gusanos hacen el camino menos difícil. La silla se mueve, el hombre sonríe mostrando su boca desdentada. De su interior sale una mariposa negra moribunda gritando improperios silenciosos. Afuera… No pasa nada. Al hombre no le importa, siempre ha dejado que el mundo corra y tropiece a sus anchas. Él continúa su propia agonía, la soledad lo acompaña, la muerte se lo está comiendo muerto. La silla no cae. El hombre saca un cigarro y expulsa líneas negras de humo en sus orejas. Tiembla de gozo. La muerte se desespera y mete un mal recuerdo en su cabeza quebrada. Avanza la sombra del hombre hasta él, el reflejo del cuerpo del hombre formado en el espejo profundo de agua decide ahogarse mientras el hombre y su sombra luchan incansables. La sombra vence al hombre al traspasar sus pupilas. El hombre se precipita velozmente al vacío y su sombra se desvanece al hallar un punto de luz. El hombre está vivo. Afuera… Alguien toca la puerta.
Callado, como nunca. Callado, como todos los días. Las venas están secas y caen en forma de hilos de la carne. Los ojos grises llorosos permanecen oscuros. La luz proyecta la sombra del hombre y la silla raquítica que no soporta el peso de nadie. El foco poco a poco se apaga y gira hacia los rincones del cuarto esférico. El hombre mantiene el rostro serio, los cabellos le cuelgan a la altura del hombro, su nariz blanca resalta invadida de sombras brillantes. La ventana es extremadamente pequeña, suficiente para que no pase un solo camello. Afuera no hay nada. Los ojos del hombre se cierran por completo, para mirarse. Hay un espejo de agua en el piso cubriendo totalmente el cuarto. El espejo tiene una profundidad incalculable. El hombre grita hacia adentro, su eco suspende el movimiento inverso de las manecillas del reloj. No hay temor al vacío, los gusanos hacen el camino menos difícil. La silla se mueve, el hombre sonríe mostrando su boca desdentada. De su interior sale una mariposa negra moribunda gritando improperios silenciosos. Afuera… No pasa nada. Al hombre no le importa, siempre ha dejado que el mundo corra y tropiece a sus anchas. Él continúa su propia agonía, la soledad lo acompaña, la muerte se lo está comiendo muerto. La silla no cae. El hombre saca un cigarro y expulsa líneas negras de humo en sus orejas. Tiembla de gozo. La muerte se desespera y mete un mal recuerdo en su cabeza quebrada. Avanza la sombra del hombre hasta él, el reflejo del cuerpo del hombre formado en el espejo profundo de agua decide ahogarse mientras el hombre y su sombra luchan incansables. La sombra vence al hombre al traspasar sus pupilas. El hombre se precipita velozmente al vacío y su sombra se desvanece al hallar un punto de luz. El hombre está vivo. Afuera… Alguien toca la puerta.
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