viernes, 16 de mayo de 2008

Cuento

Este es un cuento pequeño que escribí hace poco y que me atrevo a compartir con ustedes. Gracias por sus opiniones.

Viaje más allá del sueño

Había subido al autobús con la misma tristeza de siempre, aquellos recuerdos malditos que sólo provocaban melancolía en tiempos en que debería estar alegre. La espera había sido larga, aunque él dijera como todos que el tiempo pasa demasiado rápido, los meses lejos de su casa lo desesperaban, tanto, que a cada regreso le nacían las ganas de volver a tomar el autobús y mandar todo al carajo, para qué sirve la vida, sólo para vivirla hasta exprimirle los instantes y no para entristecerse, así sentía, con los pensamientos arraigados a las cosas, si olvidó algo, si le puso llave a la puerta, si dejó el shampoo en el baño…
Su miedo de llegar tarde para tomar el autobús tenía su origen en los sueños de la noche anterior a sus viajes, donde el reloj marcaba una hora después de su salida, despertaba con miedo, con sudor, por eso llegaba a la Terminal, como aquel día, hora y media antes; se sentó en una butaca pintada de rojo y no se aburrió con las repeticiones del televisor ancho y sostenido del techo por una base metálica, lo mismo, puros comerciales de la empresa de la línea de transportes, que los viajes se han diversificado, que el servicio mejoró con asientos más confortables y más películas por corrida, etcétera, algo que le hacía sonreír pues siempre dijo que todos esos eran una bola de mafiosos legales por que, qué van a cambiar los asientos si ni los limpian, y cuáles películas, si al otro día ponen a funcionar las televisiones momentos antes de que termine el recorrido. Faltaban quince para que saliera el autobús y muy poquito para que la operadora de la voz suavecita, pero confusa, los llamara para el andén número equis y abordara el autobús número ye, y como de costumbre, él salía a buscar un baño, tengo que tirar el miedo, susurraba para sí, le tuvo miedo aunque prefería utilizar la palabra respeto, a los viajes largos, conocía a personas que le contaban de tal o cual accidente y recurría a la imaginación para prepararse, no vaya a ser que me toque y pensaba en qué iban a decir en su casa y en la mente le pasaban escenas de gente llorando hipócritamente por él a quien conocían muy poco o nada, por que además a él no le gustaba sincerarse con cualquiera, sus secretos más particulares sólo se los contaba a su hermano mayor y a sus papás, a sus amigos siempre les hablaba cosas inventadas y distintas versiones sobre un mismo hecho, lo que provocaba variados puntos de vista de la gente, pero le valía lo que los otros dijeran, pensaran o inventaran de él, eso lo tenía sin cuidado. Regresó del baño y ya no miró la pantalla con imágenes repetidas de comerciales mentirosos, por un momento vio a la gente, diferentes colores de piel, muchachas guapas, ancianos absorbiendo la soledad, mujeres con la mirada perdida, caras desveladas, preocupados, más personas corriendo para alcanzar el autobús, despedidas que dejaban los ojos tristes y mojados, los besos antes de partir como bendición al que se va y resignación a quien se queda. Oyó la voz de la operadora y esperó a que faltaran cinco minutos para formarse y abordar el camión, mientras tanto, continuaba imaginando los destinos de la gente extranjera y pensaba de dónde vendrán esos, y en el fondo sentía envidia, pues uno de sus sueños de toda la vida había sido recorrer el mundo o al menos toda la tierra sin tener que cruzar ningún océano y eso lo llenaba de coraje por que el tiempo pasaba y él no conocía más allá de Guanajuato, visitó Yucatán y fue un jueves que le alcanzó nada más para asistir a La Serenata que lo cautivó demasiado. Llegó el momento, y después de someter su mochila a una barra negra que nunca había logrado saber qué detectaba por que nunca había visto que encontrara algo, subió al autobús y buscó el asiento número veinticinco, ventanilla, más o menos a la mitad del largo del camión, lo había comprado calculando un posible accidente que él suponía que generalmente son de frente, no tenía ningún dato oficial, pero intuía que era menos probable un golpe de costado y por cualquier cosa, salir por la ventanilla, más rápido que el de al lado, era un ventaja que definía su permanencia en la tierra. El asiento estaba ocupado. Con los buenos modales que presentaba ante las mujeres, le pidió a aquella muchacha que seguía despidiendo a alguien a quien no miró ni le importaba, que él tenía asignado el veinticinco y si le daba permiso de sentarse. La mujer se pasó al veinticuatro, al del pasillo, sin decir nada. Él puso el rostro tan cerca de la ventanilla como si quisiera perforar con los ojos los cristales, observaba detenidamente al cargador de las maletas y le preocupaba que olvidara la suya, no la miró y sin embargo cerró los ojos como para dormirse, no estaba cansado pues casi todo el día se la pasó sin hacer nada, acostado, aunque sin poder dormir por que sus emociones lo impedían, además le costaba dormir cuando viajaba y no le gustaba mucho por que en los asientos, el cuello le dolía, no respiraba bien y hasta le daban pesadillas, por eso cerraba los ojos, más por olvidarse del mundo que por descansar de tanto descanso. Mientras no miraba a nadie, pensaba en cómo irán las cosas por allá, ojala no esté lloviendo cuando llegue, se acordará de mí tal muchacha, qué no hice antes que pueda hacer ahora, si estaremos completos en el pueblo, si esta navidad será igualita que las otras; pero de pronto escuchó una voz que le decía hola y era su compañera de viaje la que le preguntó con más claridad si llevaba algo de tomar, por que ella con las prisas no había comprado nada. Ella se llamaba Yazmín, él le dijo su nombre, estudias, trabajas o qué haces en tu vida, para dónde vas, ah qué bonito, me han contado que es un lugar muy bello, por caballerosidad no le preguntó cuántos años tenía, yo viajo muy seguido, hablaron de amor, de las nuevas series televisivas, esa película me encantó sobre todo el final, él habló sobre la publicación de su primer libro en una editorial que ella dijo que no conocía, le comentó su preocupación por la cultura, por el rescate de las tradiciones y sus aficiones por la historia de su estado, charlaban con emoción. Él, marcaba sus coincidencias alargando sus discursos y metaforeando de vez en vez, Ella, sonreía con mucha regularidad y hacía muy bien los cambios de tema, incluso contó parte de su vida, cuando murió mi papá yo también quería morirme, él hacía más melancólico el asunto y ella continuaba, son de las cosas que te dejan huella para siempre. La muchacha se sonrojaba con algunas frases de él, lo miraba con tanta confianza como si lo conociera de años; él se sentía cómodo, cuando se daba cuenta de lo denso de sus comentarios, le cedía la palabra a ella, la miraba como si fuera otra, una distinta a la simple muchacha de al lado que ocupó al principio su lugar, dedujo la suavidad de su piel morena , sus labios eran rojitos naturales y los ligeros rayitos de su cabello le iban muy bien, él estaba absorto y le gustaba que ella sonriera, aprovechaba cualquier pretexto para decir algunas de sus ocurrencias que terminaban haciendo reír a los dos. Ya eran las tres de la mañana cuando él, tímido para cosas sentimentales, le preguntó si tenía novio y ella respondió que no. Ella estaba casada. Él intentó disimular los efectos de la respuesta de ella y quiso demostrarse que no pasaba nada, y por qué me tiene qué pasar, decía para sí mismo, si apenas la conozco. Yazmín pudo ver más allá de los ojos de él, al fondo de sus retinas, con las habilidades heredadas de su madre que se dedicaba a la magia blanca, y descubrió pequeñas líneas de desilusión, y luego, le habló de su matrimonio, que se casó por necesidad más que por amor. Dejaron de hablar cuando el reloj digital al frente del autobús marcaba las 3:40, él se volteó hacia la ventana y ella seguía mirando sin mirar el reloj, ambos no podían dormir pero ya no se dijeron nada, él se hacía que soñaba y de tanto en tanto, la musiquita de antaño del chofer lo llevó al sueño y ya no tuvo tiempo de pensar en el dolor de cuello ni en las pesadillas. Ella lo miró con ternura y cuando la cabeza de él se puso en su hombro, lo abrazó y lo besó hasta las primeras luces del alba, mientras tanto, él soñaba que besaba a ella en un campo de flores violetas, rodeado de mariposas blancas con el 88 pintado en sus alas, hasta que ella se despedía corriendo por una vereda a la que no se le veía el fin. Él despertó como a las siete de la mañana, y dentro de un taxi que partía para quién sabe dónde, ella le daba el adiós con las manos.

No hay comentarios: